viernes, 26 de octubre de 2012

No es lo que parece




NO ES LO QUE PARECE

A la vista de la realidad política que nos rodea, ha llegado el momento de redefinir los conceptos que utilizamos para referirnos a ella. Las palabras nos maniatan en ocasiones y nos impiden comprender con claridad lo que ocurre. Existen términos ya esclerotizados que repetimos como mantras sin saber muy bien qué significan ya, porque aunque en su origen expresaran algo hoy ya no lo hacen o bien su significado original ha perdido todo su sentido. 
Democracia es uno de esos términos cuyo significado original -poder del pueblo- ha pasado a mejor vida, porque hoy ese poder es delegado, cosa que no ocurría en la Atenas que le vio nacer. Eso, que parece una nimiedad, es determinante para comprender que la 'democracia' actual expresa una contradicción lógica, consistente en afirmar y negar un atributo del mismo sujeto. Si democracia es el poder del pueblo no puede ser el poder de los representantes del pueblo, porque pueblo y representantes del pueblo no son lo mismo. Como, además, los representantes del pueblo están adscritos a partidos políticos, bien como militantes, bien como simpatizantes, la conclusión a extraer es que lo que se denomina democracia debe llamarse partitocracia -dando así razón a muchas personas que han hecho hincapié en esta denominación-.
Desde otro punto de vista, la democracia se ha vinculado al concepto de 'legitimidad', de tal manera que, aunque no coincidiese con su significado original griego, los sistemas 'democráticos' actuales se salvarían siempre que estuvieran legitimados. Con esto se consigue enmarañar un poco más lo que era absolutamente simple. ¿Qué significa el invento de la 'legitimidad'? Será legítimo aquel gobierno que accede al poder y lo ejerce cumpliendo los requisitos que los que obedecen creen que tiene que cumplir para mandar, es decir, que cuente con el respaldo de la voluntad popular. ¿Cómo se sabe cuál es la voluntad popular? Preguntándoselo a su poseedor, el pueblo. Es decir, que el sistema 'democrático' actual para ser legítimo debería haber preguntado a la ciudadanía si estaba de acuerdo en ser representada en vez de ser ella quien directamente decidiera. ¿Se ha hecho esto? Evidentemente, no. La conclusión es diáfana: la llamada 'democracia' no es tal, ni por su significado, ni por su legitimidad.
El siguiente paso que se ha dado para enmascarar esta falsa democracia ha consistido en colocarla como alternativa única al totalitarismo. Así, despojándola de su verdadero significado y haciéndola aparecer como ‘verdadera’, se ha expandido la idea de que de no haber esta ‘democracia’ lo que existiría sería algún tipo de totalitarismo. Ante esta disyuntiva la mayoría de la población, claro está, ha optado por acogerla con los brazos abiertos -y las mentes cerradas, dicho sea de paso-. En este sentido, es curioso constatar cómo los adalides de la ‘excelencia’, quienes desde su posición de partida -desde el nacimiento- inmerecidamente excelente, nos hablan de la necesidad de dicha excelencia en el trabajo y en la educación, por ejemplo, la olvidan cuando de la democracia se trata. Claro que, bien pensado, para esas personas esta democracia es inmejorable porque es la que, evitando conflictos, les permite expoliar y explotar legalmente.