martes, 25 de febrero de 2014

Humor y oportunidad

 


La buena intención no siempre trae como consecuencia la acción correcta. La intención de Jordi Évole con su ya famosa broma -no sé por qué se le ponen nombres ingleses- era, según sus palabras, hacernos reflexionar sobre lo peligrosa que es la credulidad que otorgamos en muchas ocasiones a lo que se nos cuenta en los medios de información. Intención, sin duda, buena. El artificio para invitarnos a la reflexión ha sido inventar una historia, el relato falso de unos hechos, falsedad que el mismo autor descubre al final de dicha historia ficticia.
¿Qué hay de malo en todo esto?¿Por qué mucha gente se ha ofendido?¿Es aceptable que la gente se enoje por una broma que dura alrededor de una hora? En mi opinión, Jordi no valoró correctamente todas las circunstancias que han provocado ese enfado. Me refiero en concreto al poder que ha adquirido su persona y su trabajo en televisión. Considero que el éxito que disfruta se debe, sobre todo, a su empeño por descubrir la verdad de todos los temas que ha tratado. Ese afán por la verdad en un mundo donde lo que prima es, por el contrario, la mentira ha provocado que tantas personas se hayan sentido atraídas, generando una confianza en lo que dice mayor que la que se puede otorgar a la mayoría. Y, para ello, no ha hecho falta recurrir a la broma con forma de engaño. Quienes creemos en él lo hacemos desde la conciencia de que continuamente podemos ser engañados, pero no por él. Y la sensación de ser engañados, el conocimiento de que alguien se apodera de tu conciencia y la dirige hacia donde desea es, creo, una de las sensaciones más desagradables. Si, además, es alguien en quien confías de manera casi absoluta la sensación de desagrado aumenta proporcionalmente.
Es lo que tienen las sensaciones, que como decía Hume, dominan a la razón. Por eso, las explicaciones a posteriori, aun siendo plausibles no consiguen en muchos casos anular el efecto de aquéllas. El tiempo lo curará.