sábado, 2 de junio de 2018

Izquierda y derecha, ¿extremas?


En la manipulación del lenguaje, a la que nos tiene acostumbradas el poder económico-político, el término “extremo-a” ocupa un lugar preeminente. En efecto, lo ha utilizado y utiliza con tal profusión que ya forma parte del discurso común, el que se ha situado por encima de las ideologías, porque la que debiera ser negadora de ese poder también lo ha incorporado, sin crítica, a su vocabulario.
Con él se catalogan las tendencias políticas que a dicho poder (capitalismo liberal) le resultan, cuando menos, incómodas. Por eso, es fácil leer y oír mensajes donde se hace referencia a la “extrema izquierda” o a la “extrema derecha”, quedando implícito el hecho de que, como señala la RAE en una de sus acepciones, son propuestas “excesivas” y “exageradas”. Y, como todo lo que es excesivo o exagerado es negativo, catalogar a determinadas formaciones políticas de “extremas” equivale a valorarlas negativamente. De este modo, se consigue que el contenido de lo que sea su ideario político quede de antemano, y para la mayoría de la ciudadanía, desvirtuado, si no totalmente oculto.
Por otra parte, la equidistancia y neutralidad que se pretende manifestar al igualar a determinada derecha y a determinada izquierda con el adjetivo de “extremas” es pura falacia. En efecto, la llamada “extrema derecha” se define, por lo menos en Europa, como nacionalista, xenófoba, racista y mayoritariamente violenta, mientras que en la “extrema izquierda” se incluye a anticapitalistas, anarquistas, comunistas, y a algunos grupos socialistas y/o nacionalistas al margen de que sean o no violentos. La simple comparación nos descubre que, para el sistema, la xenofobia y el racismo están al mismo nivel de negatividad que la búsqueda de la igualdad económica y política o la defensa de los derechos para todas las personas sin distinción. También pone en evidencia que el abanico de opciones ideológicas englobadas dentro de la “extrema derecha” es muy inferior al de la “extrema izquierda”. Pero, y sobre todo, coloca dentro de la “normalidad” a los grupos políticos no englobados en ninguno de esos extremos, y ya se sabe que lo normal es bueno si se compara con lo excesivo.
Si “extremo” es sinónimo de “excesivo”, habrá que concluir que quien favorece la acumulación de riqueza con su correspondiente generación de pobreza, la expulsión de inmigrantes o su abandono al huir de la guerra o del hambre, los desahucios que dejan a personas sin hogar, la carestía de los bienes básicos para una vida digna, etc, debería ser considerado extremista con más razón que la que se utiliza para designar de ese modo a quienes se oponen a esos “excesos”.

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