martes, 25 de febrero de 2014

Humor y oportunidad

 


La buena intención no siempre trae como consecuencia la acción correcta. La intención de Jordi Évole con su ya famosa broma -no sé por qué se le ponen nombres ingleses- era, según sus palabras, hacernos reflexionar sobre lo peligrosa que es la credulidad que otorgamos en muchas ocasiones a lo que se nos cuenta en los medios de información. Intención, sin duda, buena. El artificio para invitarnos a la reflexión ha sido inventar una historia, el relato falso de unos hechos, falsedad que el mismo autor descubre al final de dicha historia ficticia.
¿Qué hay de malo en todo esto?¿Por qué mucha gente se ha ofendido?¿Es aceptable que la gente se enoje por una broma que dura alrededor de una hora? En mi opinión, Jordi no valoró correctamente todas las circunstancias que han provocado ese enfado. Me refiero en concreto al poder que ha adquirido su persona y su trabajo en televisión. Considero que el éxito que disfruta se debe, sobre todo, a su empeño por descubrir la verdad de todos los temas que ha tratado. Ese afán por la verdad en un mundo donde lo que prima es, por el contrario, la mentira ha provocado que tantas personas se hayan sentido atraídas, generando una confianza en lo que dice mayor que la que se puede otorgar a la mayoría. Y, para ello, no ha hecho falta recurrir a la broma con forma de engaño. Quienes creemos en él lo hacemos desde la conciencia de que continuamente podemos ser engañados, pero no por él. Y la sensación de ser engañados, el conocimiento de que alguien se apodera de tu conciencia y la dirige hacia donde desea es, creo, una de las sensaciones más desagradables. Si, además, es alguien en quien confías de manera casi absoluta la sensación de desagrado aumenta proporcionalmente.
Es lo que tienen las sensaciones, que como decía Hume, dominan a la razón. Por eso, las explicaciones a posteriori, aun siendo plausibles no consiguen en muchos casos anular el efecto de aquéllas. El tiempo lo curará.


sábado, 9 de noviembre de 2013

CEGUERA





La justicia, o es ciega o no es justicia. No es por casualidad, por estética o por esnobismo que se la represente con los ojos tapados por un velo. Porque si viera a quien tiene que juzgar las pasiones se apoderarían de ella, generándole bien venganza, bien compasión. Pero ni la venganza ni la compasión son justicia, como sus propios nombres indican. Si la justicia tuviera que decidir sobre un acto realizado por uno de sus hijos y tuviera ocasión de verlo, de conocerlo antes de tomar una decisión, ¿alguien duda de que su maternidad entraría en conflicto con el hecho de juzgar, influyendo en y contaminando su decisión?
Corresponde a la justicia ser universal en su aplicación, no distinguir casos iguales, ni tratar igual casos diferentes. Su expresión debe ser formal, al estilo de las ciencias del mismo nombre, como la lógica o las matemáticas. En éstas, lo importante no es el contenido concreto de sus expresiones sino que los principios, leyes, axiomas, etc., se cumplan, es decir, se trata de fijar las condiciones que debe respetar una expresión para ser correcta desde el punto de vista matemático o lógico, sin tener en cuenta si en la realidad a la que se aplica hay manzanas, personas, presos o víctimas.
Por todo lo anterior, llámese como se llame, una determinada ley no puede ser modificada en función de quiénes sean las personas a las que se dirige, ni por presiones de los acusados o de las víctimas, menos aún para cambiar una sentencia ya emitida por tribunales en contextos políticos iguales, es decir, bajo el mismo sistema político.
Todo lo anterior es la base de la sentencia del Tribunal de los DDHH de Estrasburgo y que los mandatarios políticos y los máximos tribunales españoles han ignorado, provocando con ello la ira de las víctimas y el desconcierto de gran parte de la ciudadanía.

martes, 11 de junio de 2013

Unidos por el fútbol






El fútbol tiene una historia de amores y desamores muy vinculada a los vaivenes ideológicos que, por lo menos a quienes vivimos el franquismo, nos han ido marcando como personas políticas. Es curioso comprobar cómo hemos ido cambiando imperceptiblemente nuestra visión de determinados elementos que componen la vida social. Lo que en el franquismo eran reivindicaciones, como, por ejemplo, el derecho a la autodeterminación, han pasado a ser sinónimo de demandas antidemocráticas; lo que, como el fútbol, eran subterfugios que el poder utilizaba para alejarnos de la actividad política, es decir, para tenernos domesticados, se han convertido en iconos culturales, en algo incuestionable, inicuo desde el punto de vista ideológico-político. Este cambio, sin embargo, no parece que haya sido producto de una reflexión sino, más bien, de una inoculación imperceptible, de una adaptación al medio ambiente del capitalismo de última hora.

Vistas las cosas con una cierta perspectiva, no quedándonos en lo superficial, lo que se constata es que, en lo que respecta al fútbol, aparte de ser un deporte, un negocio, un espectáculo de masas, etc., cumple una función que tiene bastante que ver con la lucha ideológica entre quienes detentan el poder económico y quienes sufren ese poder. Desde luego que no es exclusivo del fútbol y que todo lo que afirmo a propósito de él es igualmente aplicable a otros deportes, pero es innegable que el efecto es inmensamente mayor en éste por la cantidad de personas involucradas.

En el fútbol se da la circunstancia de que la pertenencia a la llamada afición de un equipo no sólo no tiene que ver con motivaciones de clase social -que, aunque nos digan lo contrario, siguen existiendo- sino que éstas se borran absolutamente, de tal suerte que las personas seguidoras de un equipo sienten por encima de todo los colores del mismo. Y no sólo eso, ocurre también que la rivalidad, que llega en muchas ocasiones al desprecio y al odio hacia las aficiones de otros equipos, se establece en función de la pertenencia a uno u otro equipo independientemente de su situación socioeconómica. Por eso, en varias ocasiones he tenido la oportunidad de escuchar en la radio afirmaciones del tipo “el equipo XX está por encima de las clases y de las ideologías, tanto trabajadores como empresarios se sienten del XX”. La verdad es que es curioso comprobar cómo el empresario que te ha puesto en la calle se hace uno contigo, mientras el trabajador del equipo contrario pasa a ser tu enemigo declarado. Se me admitirá que, independientemente de si existe voluntariedad o no por parte del poder económico-político, esa visión del fútbol -y de otros deportes, insisto- le favorece totalmente.

En el fondo, lo que está en juego en los campos de fútbol son los sentimientos, y a ellos se dirigen los esfuerzos del poder para controlarnos. Quien se adueñe de los sentimientos manejará las voluntades en gran medida. Si lo que sentimos por un equipo de fútbol está por encima de lo que sentimos por una trabajadora en apuros, el poder económico está ganando la partida. Y creo que, hoy, esa es la cruel realidad.

viernes, 26 de octubre de 2012

No es lo que parece




NO ES LO QUE PARECE

A la vista de la realidad política que nos rodea, ha llegado el momento de redefinir los conceptos que utilizamos para referirnos a ella. Las palabras nos maniatan en ocasiones y nos impiden comprender con claridad lo que ocurre. Existen términos ya esclerotizados que repetimos como mantras sin saber muy bien qué significan ya, porque aunque en su origen expresaran algo hoy ya no lo hacen o bien su significado original ha perdido todo su sentido. 
Democracia es uno de esos términos cuyo significado original -poder del pueblo- ha pasado a mejor vida, porque hoy ese poder es delegado, cosa que no ocurría en la Atenas que le vio nacer. Eso, que parece una nimiedad, es determinante para comprender que la 'democracia' actual expresa una contradicción lógica, consistente en afirmar y negar un atributo del mismo sujeto. Si democracia es el poder del pueblo no puede ser el poder de los representantes del pueblo, porque pueblo y representantes del pueblo no son lo mismo. Como, además, los representantes del pueblo están adscritos a partidos políticos, bien como militantes, bien como simpatizantes, la conclusión a extraer es que lo que se denomina democracia debe llamarse partitocracia -dando así razón a muchas personas que han hecho hincapié en esta denominación-.
Desde otro punto de vista, la democracia se ha vinculado al concepto de 'legitimidad', de tal manera que, aunque no coincidiese con su significado original griego, los sistemas 'democráticos' actuales se salvarían siempre que estuvieran legitimados. Con esto se consigue enmarañar un poco más lo que era absolutamente simple. ¿Qué significa el invento de la 'legitimidad'? Será legítimo aquel gobierno que accede al poder y lo ejerce cumpliendo los requisitos que los que obedecen creen que tiene que cumplir para mandar, es decir, que cuente con el respaldo de la voluntad popular. ¿Cómo se sabe cuál es la voluntad popular? Preguntándoselo a su poseedor, el pueblo. Es decir, que el sistema 'democrático' actual para ser legítimo debería haber preguntado a la ciudadanía si estaba de acuerdo en ser representada en vez de ser ella quien directamente decidiera. ¿Se ha hecho esto? Evidentemente, no. La conclusión es diáfana: la llamada 'democracia' no es tal, ni por su significado, ni por su legitimidad.
El siguiente paso que se ha dado para enmascarar esta falsa democracia ha consistido en colocarla como alternativa única al totalitarismo. Así, despojándola de su verdadero significado y haciéndola aparecer como ‘verdadera’, se ha expandido la idea de que de no haber esta ‘democracia’ lo que existiría sería algún tipo de totalitarismo. Ante esta disyuntiva la mayoría de la población, claro está, ha optado por acogerla con los brazos abiertos -y las mentes cerradas, dicho sea de paso-. En este sentido, es curioso constatar cómo los adalides de la ‘excelencia’, quienes desde su posición de partida -desde el nacimiento- inmerecidamente excelente, nos hablan de la necesidad de dicha excelencia en el trabajo y en la educación, por ejemplo, la olvidan cuando de la democracia se trata. Claro que, bien pensado, para esas personas esta democracia es inmejorable porque es la que, evitando conflictos, les permite expoliar y explotar legalmente.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El mandamiento olvidado



      Cuando Moisés bajo del Sinaí, llevaba en sus manos las tablas de la ley con los diez mandamientos. Según se enseña en el actual catecismo de la Iglesia católica esos diez mandamientos son: 1º, amarás a Dios sobre todas las cosas; 2º, no pronunciarás el nombre de Dios en vano; 3º, santificarás las fiestas; 4º, honrarás a tu padre y a tu madre; 5º, no matarás; 6º, no cometerás actos impuros; 7º, no robarás; 8º, no dirás falsos testimonios ni mentirás; 9º, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, y, 10º, no codiciarás los bienes ajenos. La historia de Moisés, dicen, fue hace muchos años; sin embargo, los diez mandamientos han figurado como trasfondo moral de nuestra cultura y la han impregnado hasta no hace mucho. Con el ocaso de la influencia religiosa los valores por ella representados han ido sucumbiendo, dando paso a otros nuevos o, simplemente, a la desaparición de algunos de aquellos. A pesar de eso, existe todo un mundo de 'creyentes' que haciendo caso omiso a la realidad y a la racionalidad, desean mantener e imponer, si es preciso, dichos valores aunque, eso sí, unos con más énfasis que otros, como demuestran las últimas decisiones del PP que son buena prueba de que el 6º y el 9º entran entre sus preferidos. Lo que sorprende de personas que continuamente evocan los valores cristianos para pontificar sobre el bien y el mal y, lo que es peor, para legislar de acuerdo con ello, es la poca importancia que han atribuido al 7º, al 10º y, sobre todo, al 8º que en mi opinión es el más importante. ¿Por qué afirmo que el 8º mandamiento, es decir, el que prohibe decir falsos testimonios y mentir, es el más importante? Pues, porque es el que garantiza todos lo demás. Si mentir está permitido, los nueve mandamientos restantes pueden haber sido un engaño divino, con las consecuencias que cualquiera puede deducir. Parece ser que Rajoy y sus correligionarios -nunca mejor dicho- no han reparado en que mentir no sólo es pecado desde el punto de vista de sus creencias -aunque ya sabemos que tiene fácil arreglo con una buena confesión- sino que anula el conjunto de esas mismas creencias. Claro que, bien pudiera ser que también nos engañen con respecto a las mismas y que, en el fondo, sean unos irreligiosos e incluso antirreligiosos. Chi lo sa?
Julen Goñi

lunes, 7 de mayo de 2012

La tela de araña





            Nos han engañado. Hemos caído como mariposas de seda en la tela de araña invisible que tejieron para atraparnos. La tela de araña son sus valores, elaborados con el hilo transparente de sus ideas e intereses. Buscábamos la igualdad y la libertad, y ellos tomaron nuestras palabras trocándolas en su igualdad y su libertad, convirtiéndolas en los hilos con los que tejer la tela de araña de su democracia. Ése era el conjunto. Y a él acudimos inconscientes de lo que nos esperaba, creyendo que la tela que nos atenazaba era el manto que protegería nuestros deseos.
            Formamos parte, ya, de esa tela, y las arañas, ahora, pueden acercarse a succionar nuestro ser sin temor a que escapemos. En vano revoloteamos, porque sólo conseguiremos el balanceo inútil de la tela que no se romperá.
            ¿Qué habría pasado si hubiésemos sabido de la existencia de la tela de araña, si hubiéramos tenido conciencia de que caer en ella supondría nuestro final? Pues, que las arañas se habrían quedado esperando impacientes nuestra llegada, habrían aguardado hambrientas su alimento, pero la tela de araña se habría ido rompiendo con el tiempo y las propias arañas habrían desaparecido.
            Quizás ha llegado la hora de hacer balance: una democracia que en la realidad, no en la teoría, beneficia a unos pocos, es una tela de araña para los muchos. Una democracia que permite que una sola persona muera de hambre es un insulto a la moral. Pero, la tela de araña que forma la falsa democracia no se puede romper formando parte de ella, sino dejándola pudrirse en la soledad de quienes la han tejido.
Somos mariposas de seda…

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sentencias eléctricas


SUPREMO CORTOCIRCUITO

Cada vez me resulta más difícil compaginar las decisiones de algunos tribunales con lo que el sentido común me dicta. El Tribunal Supremo ha tomado dos decisiones que favorecen claramente los intereses de las compañías eléctricas frente a la ciudadanía que recibe sus servicios. En una de ellas, anula la obligación que tenían aquéllas de pagar el llamado ‘bono social’, y, en la otra, cuestiona la congelación de las tarifas acordada por el anterior gobierno. Desde luego, no cabe argumentar que dicho tribunal no pretende beneficiar a dichas compañías, pues es claro que la decisión favorable a una de las partes perjudica necesariamente a la otra. La supuesta imparcialidad no tiene cabida en un caso así. Por lo tanto, está claro que con ambas decisiones dicho tribunal se coloca objetivamente del lado de los pocos, frente a la mayoría. Cabría argumentar que se ha limitado a aplicar la ley, y que ésta le viene impuesta desde el legislativo, pero, entonces, habría que recordar en cuántas ocasiones el mismo tribunal ha ‘reflexionado’ sobre realidades político-sociales ajenas a los hechos que se juzgaban, como cuando en el juicio a Garzón, por el caso de las víctimas del franquismo, el ponente ensalzó las ‘virtudes’ de la ‘transición’ cuando no venía al caso. Esto no ha ocurrido en esta ocasión, por lo que se deduce que no existe ningún desacuerdo con la ley que han aplicado. Saquemos consecuencias.