martes, 11 de octubre de 2011

Por una política ética (y viceversa)

POR UNA POLÍTICA ÉTICA (y viceversa)

Si hoy alguien piensa que su problema es “EL PROBLEMA”, si cree que la crisis comienza cuando le afecta a su propia vida o a su entorno más cercano, si considera que la solidaridad es un asunto que atañe a las demás personas y que si no la siente cuando la necesita tampoco la va a mostrar si son aquéllas las necesitadas, si opina, por tanto, que también en este ámbito –el de la solidaridad- se tiene que dar un intercambio como en el mercado –¡maldito mercado!-, quien así piensa, cree, considera u opina, se coloca, quiéralo o no, en el bando de quienes poseen las riquezas y son la causa principal de la situación que vivimos.

No hay excusas: hoy, más que nunca, es necesario vincular ética y política, es decir, el modo de ser con el ideal social que se dice defender. Y, mal que nos pese, quienes poseen las riquezas muestran, a este respecto, bastante más consecuencia que quienes sufren la lacra de este injusto sistema. En efecto, ellos –y ellas- actúan del mismo modo en el plano personal que en el social, se rigen por los mismos principios, carecen de contradicciones y, por eso, viven plácidamente, sin ningún tipo de mala conciencia. Valoran que vivir es una lucha por la existencia, llevando al plano personal y social el darwinismo como ideología. Para esas personas, se trata de quién domina a quién, argumentan que a toda la humanidad le mueven los mismos deseos e intereses y, partiendo de esa premisa, concluyen que quien es más capaz en esa batalla de todos contra todos se acaba imponiendo, dando como resultado la situación social que vivimos. Es su ética y también su política porque de ese planteamiento vital se desprende el hecho de utilizar todos los resortes a su alcance para lograr su objetivo, entre los que están la bolsa, los bancos, las instituciones internacionales, los estados, los medios de información-manipulación, las iglesias, etc.

Ante esto, ¿qué planteamiento vital existe como alternativa? Yo diría que ninguno. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que a las propuestas políticas opuestas al sistema imperante no les acompañan actitudes éticas acordes con ellas. Esto se puede constatar al comprobar cómo, por ejemplo, muchas personas defienden lo público porque trabajan en él, pero llevan a sus hijos e hijas a estudiar a la privada. Algo parecido sucede también con personas que se dedican a la política desde partidos teóricamente de izquierdas. En efecto, muchas de ellas que dicen defender lo público, el estado de bienestar, etc., matriculan a su prole en los centros privados o acuden a la sanidad privada. Y, en lo que respecta a los puestos de trabajo públicos, ¿cuántas personas compatibilizan un puesto de trabajo en la sanidad pública, con otro en la privada y/o con el mantenimiento de consultas privadas? ¿cuántas personas docentes ocupan plazas en institutos públicos a la vez que imparten clases en la universidad o en academias? Y en el ámbito de las cotizaciones, ¿cuántos trabajadores autónomos dejan servicios sin cotizar, por ejemplo, en peluquerías, consultas médicas, pintura, etc., porque cobran sin factura? ¿cuántos clientes de esos servicios aceptan el pago sin factura porque así se les descuenta el IVA? Se tiene la conciencia, en ocasiones, de que haciendo eso se fastidia al gobierno de turno y a los políticos en general, olvidando que los servicios públicos no son de ellos sino de todos y que el mantenimiento de esos servicios requiere el pago de los impuestos por parte de toda la ciudadanía.. Cosa bien distinta es si los impuestos están distribuidos con justicia o no, pero aun en el caso de que no lo estuvieran, la solución no pasa por dejar de pagarlos sino por exigir que se distribuyan de otra manera más justa.

Parece que lo que mueve a muchas personas a ser críticas con la situación no es tanto el deseo de justicia como la envidia de no ser ellas las poseedoras de una determinada posición de privilegio. Si esto es así, el sistema, con crisis o sin ellas, tiene asegurado el futuro, porque solamente el deseo de un mundo mejor para todas las personas puede modificar la realidad en busca de un sentido más humano de la misma.

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