domingo, 2 de septiembre de 2018

Prostitución


Al hablar de la prostitución, ha habido una tendencia, por parte de cierta izquierda, a defenderla argumentando que:
  • "Es el oficio más antiguo del mundo”
  • "La mujer es dueña de su cuerpo y no se le debe decir lo que tiene que hacer o no con él”
  • "Es un trabajo como otro cualquiera”
  • "La explotación que se pueda dar en la prostitución no es distinta a la que se da en las fábricas y en la mayoría de los trabajos”
  • "El/la trabajador/a, vende su fuerza de trabajo, su energía, su tiempo, su actividad, en suma, y quienes se dedican a la prostitución venden, igualmente, su tiempo y su actividad”
  • "Estar en contra es fruto no de una verdadera moral sino de una falsa moral o moralina”
  • "Detrás de la crítica a la prostitución está la negación de una sexualidad libre”
  • "La prostitución es un servicio como otro cualquiera”
Tomando el personaje de aquella mujer matemática seguidora del neoplatonismo y a la que los cristianos de la época mataron por hereje, propongo una reflexión sobre este tema desde la perspectiva de lo que he ido defendiendo a lo largo de este escrito, es decir, que no se puede separar el cuerpo ni la vida de nuestro ser: somos vida y somos cuerpo, y no hay ser humano sin la una y el otro.
MIRANDO AL MAR
Hipatia miraba con sus profundos ojos grises la inmensidad que anunciaba el mar azul. Y pensaba. Pensaba, como mujer, a qué podía deberse la entrega que muchas mujeres y algunos hombres hacían de su cuerpo a cambio de dinero, y veía pobreza en la mayoría de los casos. Se preguntaba si los argumentos dados por algunos, y según los cuales todo trabajador al vender su fuerza de trabajo vende su humanidad entera, no servirían también para definir la actividad de las personas que se dedican a la prostitución y que, por lo tanto, el rechazo social hacia esta sería más fruto de la influencia de determinadas religiones negadoras de la sexualidad que del deseo de liberar a quien la ejerce de una determinada forma de esclavitud o dominación. Pero, observaba que podía no ser cierto que la prostitución fuera un trabajo más y que, en consecuencia, su rechazo no proviniera necesariamente desde una visión moral puritana. Porque, se decía, lo que cualquier trabajador o trabajadora entrega en su actividad, productora o no, es esa misma actividad, algo que no es material más que en su resultado -y únicamente cuando a través de la misma se produce un objeto-y que, solo abstractamente, las personas reconocemos como parte de nuestro ser; por el contrario, en la prostitución lo que la persona entrega es el cuerpo, inseparable de su pensar, de su sentir y de su mirar concretos, inseparable, en fin de su ser,. Y lo entrega, además, como instrumento, pretendiendo, la mayoría de las ocasiones, que su cuerpo le sea ajeno, lo que no puede conseguir más que ficticiamente porque únicamente desde visiones animistas radicales se puede defender que el cuerpo no forma parte de nuestro verdadero ser o no es nuestro mismo ser. Sin embargo, aun en este caso, continuaba, habría que separar, por una parte, la valoración ideológico-moral de la prostitución y, por otra, la exigencia de que quienes se dediquen a ella sean, como cualquier trabajador o trabajadora, sujeto de todos los derechos y deberes porque, a fin de cuentas, la esperanza de la liberación de toda explotación solo se hará real en la medida en que las personas sean tratadas, sin distinción, como tales. Y, llegado este punto, Hipatia volvió la vista de sus profundos ojos azules hacia el caos que anunciaba el mar gris. Y dudaba.