martes, 31 de julio de 2018

La cruzada científica



Quienes se consideran defensores de la ciencia llevan ya mucho tiempo empeñados en acabar con lo que denominan pseudoterapias, que vendrían a ser todas las que no encajan en los estándares de lo que ellos entienden por ciencia (por ejemplo, la acupuntura, la medicina natural, la homeopatía…). En apoyo de sus tesis aportan “estudios científicos” que demostrarían su ineficacia, la influencia del efecto placebo, casos de pacientes perjudicados por su uso, el enriquecimiento de quienes las practican y de los laboratorios que fabrican sus sustancias, el engaño al que someten a quienes acuden a ellas, etc. Pero, ese empeño está alcanzando cotas tan altas que no sería exagerado denominarlo como cruzada, porque cumple con bastantes de los elementos que caracterizaban a las que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII: estaban dirigidas contra los herejes, infieles, etc. y buscaban recuperar el control de un terreno perdido así como extender su influencia y, de paso, el poder político y económico de quienes las promovían.

En primer lugar, sorprende que al hablar de pseudoterapias incluyan a todas las que no pertenecen a la medicina oficial, sin distinguir, por ejemplo, las que utilizan sustancias de las que utilizan otras vías –como las agujas o las manos-. Resulta más cómodo incluir a todos los enemigos en el mismo grupo, pero, ciertamente, no es muy científico. Y más sorprendente todavía es que no hagan mención alguna a las verdaderas pseudoterapias, aquellas que ofrecen la curación a través de rezos y viajes a lugares “milagrosos”, en suma, a través de la fe. Y no sería de extrañar que entre quienes se consideran defensores de la ciencia haya personas que crean en la intervención divina.

En segundo lugar, ni todos los estudios realizados sobre estas terapias han dado los mismos resultados, ni esos estudios son palabra de los dioses que, por lo que dicen, siempre aciertan. Que se desprecie la opinión de las personas tratadas con dichas terapias o que, cuando esa opinión no encaja con lo que el dogma científico señala, se las tilde de estar manipuladas, es hacer trampa lógica, es, justamente, actuar del modo contrario al que la ciencia aconseja.

En tercer lugar, la utilización del llamado efecto placebo para justificar la crítica a los beneficios de esas terapias dejaría en suspenso la mayoría de los medicamentos de venta en farmacias, porque en muchos casos, si no en todos ellos, se recogen datos de dicho efecto en los estudios al respecto. Por otra parte, faltaría la explicación de por qué el efecto placebo funciona, por qué en unos casos sí y en otros no…Y lo que es más importante, si lo que se pretende es la curación, y esta se consigue en algunos o muchos casos con el efecto placebo ¿por qué esa crítica al mismo?

En cuarto lugar, se utilizan casos extremos y excepcionales –como el de la mujer de Girona muerta a causa de un cáncer- para generalizar y condenar a todas las terapias no oficiales, así como a las personas que las practican. Desde luego, eso tampoco es muy científico, aunque sí es una falacia lógica y una inmoralidad. Si se utiliza el mismo argumento con la medicina oficial, esta debería desaparecer, porque el número de personas muertas por negligencia, mala praxis, medicamentos con efectos mortales, etc. es inmensamente mayor. A nadie se le ocurre cuestionar la medicina oficial porque en ella se hayan dado algunos “mengeles”. Incidiendo en el caso de Girona citado, una visión científica del mismo debería tener en cuenta qué tipo de terapia alternativa utilizó y durante cuánto tiempo, así como cuánto tiempo utilizó, si lo hizo, la terapia convencional -¿radioterapia, quimioterapia, otras?- antes y después de aquella, y qué motivo arguyó dicha persona para optar por la terapia alternativa, entre otras cuestiones.  

En quinto lugar, los beneficios mayores o menores de las empresas fabricantes de tratamientos, sean oficiales o alternativos, jamás pueden ser utilizados como argumento ni a favor ni en contra de su eficacia.

En sexto lugar, la ley permite lo que se denomina “rechazo del tratamiento”, porque coloca la libre voluntad de la persona enferma por encima de la del personal médico que la atiende. Sorprende que no ocurra lo mismo con la elección de las terapias, y cuesta entender que tengamos libertad para enfermar y/o morir rechazando el tratamiento, pero no la tengamos para decidir qué terapia deseamos utilizar para curarnos. Se trata a las personas como seres incapaces de tener un criterio sobre la vida y el cuerpo que son y sobre su salud, siempre, claro está, que no lo dejen en las manos expertas de la medicina reconocida.

Como trasfondo, y para terminar, existe una absoluta falta de democracia en el ámbito de la salud, una muestra más de lo que se puede considerar “dictadura de la ciencia”, que en vez de convencer con argumentos mejores que el rival de la bondad de acudir a la terapia oficial frente a las alternativas, dejando en manos de la persona enferma la decisión de por cuál optar, reclama a las instituciones su prohibición. Nada más lejos de lo que exige una actitud racional. Nada más lejos de lo que debe ser la actitud científica.

sábado, 28 de julio de 2018

Nicaragua




Desde muy diversos ámbitos que se consideran de izquierdas se está apoyando la revuelta en Nicaragua contra su presidente Daniel Ortega. Aunque a quienes han tomado esta actitud les parezca un tema menor o, mejor dicho, no lo consideren argumento en su contra, la realidad es que ningún partido o gobierno de derechas defiende al presidente de ese país. Como dato, el embajador de EEUU en la OEA, Carlos Trujillo, ha pedido la celebración de elecciones anticipadas a la vez que afirmaba que “para ser claro, el Gobierno de Nicaragua debe rendir cuentas". Todo ello, sin olvidar que la iglesia católica y la COSEP (Consejo Superior de Empresa Privada) también han apostado claramente en contra de Ortega y a favor de la revuelta. En resumen: EEUU, partidos de derecha, iglesia católica, empresarios y algunos intelectuales de izquierda coinciden en el objetivo común de acabar con el gobierno de Daniel Ortega (además de parte de los estudiantes y de la población en general).

Las personas críticas de izquierdas consideran que Ortega y su mujer se han enriquecido fraudulentamente y han traicionado los principios con los que surgió el FSLN e impulsaron la revolución sandinista que acabó con la dictadura de Somoza, y le acusan de eliminar la disidencia dentro de dicho partido. A esas voces críticas se han sumado algunas personas conocidas, como Vargas Llosa y José Mujica, entre otros, aunque por motivos distintos, lógicamente. También a nivel del estado español ha habido posicionamientos similares, algunos llamativos, como es el caso del economista Gabriel Flores, de Podemos, que en su cuenta de facebook incluye un artículo de su “amigo” J. Luis F. Del corral en el que llama a Ortega “criminal corrupto”.

Lo cierto es que Ortega ganó las últimas elecciones celebradas el 6 de Noviembre de 2016, es decir hace algo más de año y medio, con el 72,5% de los votos y con una participación cercana al 70%, y en las elecciones municipales del año 2017 -que también tuvieron lugar en Noviembre- el FSLN del presidente Ortega ganó con más del 70% y con observadores de la OEA vigilando el proceso y no reseñando ninguna irregularidad.

Como ocurre en multitud de ocasiones, siempre demasiadas, quienes apoyan la revuelta -al igual que quienes la rechazan- generalizan acerca de sus componentes, manipulando el lenguaje y convirtiendo sus argumentos en puras falacias. Así, no se habla de algunos o muchos estudiantes, lo que llevaría a una investigación para conocer su número, sino que se opta por utilizar “los estudiantes” que supone una falsedad aunque, eso sí, evita el esfuerzo investigador. Y lo mismo se puede decir de quienes afirman que las mujeres feministas nicaragüenses también están en contra de Ortega o hacen eslogan de su postura: “Hermanas nicas, yo sí os creo”, lo cual deja a las mujeres que apoyan a Ortega o fuera de ser consideradas nicaragüenses, o fuera de ser consideradas mujeres. Pero el sumun, la traca final, siempre llega con “el pueblo” que es el concepto más manipulable y manipulado de la política. Quienes atacan al presidente siempre dicen expresar la voluntad popular que, por lo que se ve, debe desaparecer en periodo electoral. Y no contentos con eso, insultan a quienes osan manifestar su desacuerdo con su punto de vista llegando a llamarles, como hace June Fernández en eldiario.es, “izquierda rancia” y “machistas-leninistas”.

Comprendo que muchas personas estén desencantadas con la política que practica el matrimonio Ortega-Murillo, con decisiones como la de cambiar la ley del aborto llegando a su prohibición, con sus pasadas alianzas con partidos de derecha y con la iglesia, etc.; y no solo lo comprendo sino que lo comparto. Pero no se debería olvidar que además de ese matrimonio hay miles de personas militando en el FSLN, miles de personas que, valorando los pros y los contras, deciden apoyarle en las elecciones. No se puede menospreciar a toda esa gente, ni tratarla como si fueran niños manipulados por el poder. Tampoco se debería obviar que hay muertos y violencia por ambas partes y que algunos de los grupos sublevados están armados. Sin embargo, no me parece que el número de muertos de cada “bando” se pueda utilizar como argumento a favor de determinada visión política, porque no es ese dato el que determina la bondad o no de los proyectos que se defienden. Ni tampoco es argumento llamarla “represión” cuando la violencia es ejercida por el gobierno y movilización popular cuando la ejercen las personas sublevadas porque también puede ocurrir que lo popular se refleje más en quienes defienden al gobierno que en quienes lo critican. Es la justeza de lo que se reclama, las vías que se utilizan para su logro y el contexto en que todo ello ocurre lo que se debe valorar.

Deberíamos tener en cuenta las enseñanzas de la historia a la hora de juzgar acontecimientos políticos como el de Nicaragua, antes de tomar una posición al respecto, porque, con franqueza, quienes se consideran la 'izquierda buena y verdadera', frente a la “rancia" –J. Fernández dixit-, "irresponsable" –Iosu Perales dixit- y "delirante" –Gabriel Flores dixit- ignoran que desde la desaparición de la URSS, e incluyéndola, no ha habido ningún caso, NINGUNO, en el que las revueltas frente al poder existente –'comunista' o no- hayan dado como resultado sistemas políticos que se pudieran considerar de izquierdas, entendiendo por tal, más justos, equitativos y, en consecuencia, más realmente democráticos. A las revueltas 'populares' han sucedido guerras o gobiernos cada vez más alejados de lo que podemos entender por izquierda y más próximos al neoliberalismo, a la xenofobia y al racismo. Quizás la razón de ello, además de las 'influencias externas', estribe en que en todas esas revueltas se adolecía de un programa alternativo que sustituyera al representado por los dirigentes causantes de las mismas. Y, ciertamente, en Nicaragua ocurre algo similar: no hay un programa común y de izquierdas que unifique a la oposición a Ortega, bien porque esa oposición no es mayoritariamente de izquierdas, bien porque las izquierdas no se ponen de acuerdo en su elaboración.

Aunque suene a receta antigua y 'rancia', existe un medio que ayuda a optar por la solución menos mala cuando no se percibe ninguna buena en el horizonte: determinar cuál es el enemigo principal. Sinceramente, yo no creo que sea Daniel Ortega.

martes, 24 de julio de 2018

Fascismo/nazismo versus comunismo


Desde hace bastante tiempo, se ha ido extendiendo la tesis que establece una equiparación –casi diría que identidad- entre el fascismo/nazismo y el comunismo. Quienes se han considerado a sí mismos liberales (como, por ejemplo, F. Hayek, A. Rand e I. Berlin), aunque no solo ellos, la han utilizado sin cesar en sus escritos para criticarlos y denunciar el peligro que ambos entrañan. Y decía que no solo ellos porque también una parte de la llamada izquierda, principalmente la de la órbita de los partidos socialistas, se ha sumado a la citada tesis.

El argumento de base para sustentar la semejanza entre fascismo/nazismo y comunismo se centra en mostrar ejemplos históricos en donde ambas visiones políticas se han hecho realidad –acudiendo, además, a la personalización a través de las figuras de Hitler y Stalin-, y mostrando el resultado de muerte y ausencia de libertades a que dieron lugar. Si ese argumento se extendiera a todas las propuestas políticas y religiosas que en la historia han sido, la conclusión no podría ser otra que la que esos autores extraen para el fascismo/nazismo y el comunismo, es decir, su rechazo absoluto, ya que todas ellas han sido causa de muertes y de ausencia de libertades en algún momento de su existencia histórica y a través de personas que se han reclamado como sus representantes.

Sin embargo, no es esa la conclusión que extraen. El motivo de todo ello no se encuentra tanto en querer salvar a la humanidad de esos regímenes, sino en evitar que el pensamiento comunista pueda extenderse y calar en la sociedad. Porque, de esa equiparación, el verdaderamente perjudicado es el comunismo, entendido no como régimen político –cosa que sería una contradicción, pues comunismo y estado son lógicamente incompatibles- sino como proyecto de organización de la sociedad. En efecto, si analizamos qué proponen el fascismo y el comunismo desde el punto de vista teórico, encontraremos que no cabe mayor diferencia, ya que, independientemente de mayores concreciones, mientras que el primero habla de razas y de superioridad de unas sobre otras, el segundo habla de la humanidad. Obviar esta diferencia es lo que convierte a esos autores en manipuladores, a pesar de que se nos presenten como lo contrario, es decir, como intelectuales que se esfuerzan por evitar que la ciudadanía sea manipulada.