jueves, 4 de abril de 2019

Eutanasia


A propósito del término "Eutanasia"
Según la RAE, "eutanasia” significa "intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura” y, también, "muerte sin sufrimiento físico”.
El término en cuestión proviene, como la mayoría sabe, del griego, y significa "buena muerte”. Si interrogamos a la historia, lo que descubrimos es que lo que se ha entendido por buena muerte ha cambiado a lo largo del tiempo, como tantas otras creencias o costumbres. Pero las actitudes más radicales y más intransigentes hacia lo diferente han provenido de las distintas religiones. La razón es sencilla: la creencia en los dioses ha ido aparejada a la idea de que la vida no es algo que pertenezca a los humanos, sino a esos dioses. Y los defensores de la eutanasia pretenden que sea el muriente quien deba decidir qué muerte desea tener. Aún así, no siempre las religiones han mantenido esa actitud contraria a la eutanasia. Muchos cristianos de la antigua Roma se "suicidaban” entregándose para ser condenados a ser matados por los leones en el circo; y lo hacían porque consideraban que ésa era la mejor muerte (su eutanasia), el martirio, para alcanzar la promesa del paraíso. Otro tanto se puede decir de los cientos de jóvenes que se inmolan, en nuestros días, haciendo estallar explosivos adheridos al cuerpo.
Por ese motivo, entre otros, sería bueno relativizar los aspavientos provenientes de algunas instituciones religiosas en contra de la eutanasia, más aún si tenemos en cuenta que Jesús de Nazaret, siendo dios según las enseñanzas cristianas, sabía que su futuro sería el que fue pudiendo haberlo evitado. Sin embargo, sí nos debe preocupar su logro al tergiversar el significado del término eutanasia, asociándolo a asesinato u homicidio -como se desprende de la definición de la RAE, entre otras-y a que su visión se haya recogido en muchas legislaciones, incluida la nuestra. Y de esos logros son responsables quienes elaboran las leyes o las derogan, es decir, los partidos políticos que dicen representarnos y, aunque se pueda entender que los partidos de derecha estén en contra de la eutanasia y legislen según ese criterio, resulta más difícil hacerlo con los partidos que se definen de izquierdas y no han legislado de acuerdo con lo que dicen defender, cuando han tenido el poder para ello, por puros intereses electorales. Es labor de las organizaciones progresistas restituir el significado de eutanasia. Así, defender la eutanasia se convertiría en defender la buena muerte, que no es otra cosa que la que cada cual elija libremente y cuando está capacitado para ello. De ahí la importancia del documento de últimas voluntades y de lograr que esas voluntades sean respetadas mediante leyes que obliguen a respetarlas. Porque las mayores dudas al respecto surgen cuando la persona no tiene capacidad de decisión por el estado de salud en que se encuentra, lo que obligaría a que fueran terceras personas las que deberían tomar la decisión de ayudarle a morir.
Para enriquecer la reflexión sobre la ayuda a morir, expondré resumidamente las opiniones de personas que han dedicado parte de su vida al estudio de problemas éticos y en concreto a la eutanasia.
Reflexiones desde la ética
Ferrater Mora
En su obra "Ética aplicada: del aborto a la violencia” escrita con su compañera Priscilla Cohn, al tratar el tema de la eutanasia plantea que los debates acerca de la eutanasia tienen implícitas dos nociones: una, el valor de la vida y, otra, la cualidad de la vida. La primera, que equivale, según el autor, a preguntarse por el sentido o la finalidad de la misma, ha tenido múltiples respuestas, tanto en el ámbito religioso como en el filosófico, siendo unas positivas (p.ej., Platón y el cristianismo) y otras negativas (Sartre, Camus...). Pero Ferrater se inclina más por desarrollar la segunda de las nociones -la cualidad de la vida-porque es algo que pertenece a ella, que es real, mientras la finalidad nos remite a algo distinto de ella misma. Define la vida humana como "todo aquello que el ser humano es, experimenta o hace” y se pregunta en qué consisten las cualidades de esa vida. Distingue dos tipos de cualidades:
1. Objetivas que, a su vez, pueden ser:
a. primarias o básicas, y serían las que permiten la satisfacción de nuestras necesidades de alimentación, protección, ocio, libertad, seguridad, reposo.
b. secundarias, como la salud, el bienestar, la amistad, la intimidad, la prosperidad, el respeto a sí mismo....

2. Subjetivas, que serían las reacciones de cada cual a las objetivas.
Afirma que siempre se intenta establecer una jerarquía de las cualidades y que "es común perseguir ciertas cualidades en detrimento de otras”, pero, excepto las básicas que permiten la supervivencia, considera que no es posible establecer cualidades de validez universal.
Acerca de las subjetivas, señala que reflejan las vivencias del individuo y, por eso, influyen en él tanto o más que las objetivas, aunque, en ocasiones, puedan ser ficticias, como en el caso de algunas depresiones.
Ferrater Mora propone un cuadro con el que piensa que se puede ayudar a resolver los casos como la eutanasia, es decir, las condiciones que debe tener una vida humana para merecer ser vivida. Este sería el cuadro, que recoge cuatro posibilidades:
CUALIDADES
MERECE VIVIR
OBJETIVAS
SUBJETIVAS

NO
NO
Con dudas
NO
Con dudas
NO
NO
NO
Sin dudas
Sin dudas


Según este cuadro, la eutanasia y el suicidio asistido estarían recogidos en las opciones 1 y 3 y su valoración es que cuando no existen cualidades ni objetivas ni subjetivas (caso 1), no merece la pena vivir y que, incluso en el caso de que las cualidades objetivas estén satisfechas, el deseo de no vivir primaría (caso 3), aunque con menos fuerza que en el caso anterior.
Mary Warnock
Esta filósofa nos plantea el tema de la eutanasia a través de dos casos reales en su obra "Guía ética para personas inteligentes”.
a) El primero trata de una enferma terminal con mucho sufrimiento, así como adelgazamiento y debilidad extremas. Para aliviar el dolor se le administra morfina.
                    La enferma desea morir, tanto para liberarse ella del sufrimiento, como para liberar al marido de la carga que supone la situación.
                    La trata el médico de cabecera que le promete que no morirá por asfixia -que a la enferma le aterra-.
                    Pasado un tiempo, el médico aumenta la dosis de morfina y la enferma muere.

b) El segundo caso plantea la situación de una joven de 20 años que al sufrir un accidente queda en estado vegetativo, aunque con vida autónoma (el corazón y la respiración funcionan sin ayuda artificial).Se le administra alimentación y bebida artificialmente y se le curan las llagas. Se calcula que podría vivir otros 20 años o más. La familia desea que muera físicamente porque considera que como persona ya está muerta. La autora considera que las causas de la situación son distintas en ambos casos; en el primero serían naturales (enfermedad) y en el segundo no-naturales (accidente).
Considera que el argumento esgrimido por personas contrarias a la eutanasia, consistente en defender que hay que dejar seguir el curso natural de la vida sin intervención externa, anularía toda la medicina, pues esta exige siempre intervención externa.
Desde su punto de vista, la moral, en general, establece deberes y obligaciones. En contra de lo que opinan algunas religiones, Warnock considera que no se puede tener un deber u obligación para con uno mismo sino solo para los demás. Por el contrario, muchos de quienes se basan en creencias religiosas defienden que es dios quien otorga/presta la vida lo que generaría una serie de deberes y obligaciones morales. En todo caso, se acepta que la obligación del médico es aliviar el dolor y el sufrimiento (que no serían lo mismo, como bien se demuestra en el caso de los masoquistas, por ejemplo) de los pacientes. Sin embargo, esta obligación se torna problemática (moral y legalmente) en el caso de los enfermos terminales porque, en ocasiones, el alivio del dolor va unido al acortamiento de la vida. ¿Cómo resolver esta situación? La autora señala que muchas personas ­médicos, enfermeras... -que aplican terapias reductoras del dolor/sufrimiento, sabiendo que acortan la vida de la persona enferma, acuden al "argumento del doble efecto” y que consiste en distinguir entre prever un resultado y pretenderlo, es decir, y con otras palabras, entre el resultado y la intención. Warnock entiende que esa distinción lo que busca es excusar al autor negando su responsabilidad en algo no deseable. Además, prosigue, en la práctica es difícil la distinción entre intención y consecuencias -para lo que aporta dos casos paradigmáticos-y aboga por que se unan acciones y consecuencias siempre que se conozcan. Por todo lo anterior -y porque, además, es difícil determinar cuándo empieza una intención y cuando termina otra-considera que el citado argumento tiene una validez bastante dudosa.
La clave que sirve para aclarar este tipo de situaciones, prosigue Warnock, está en tener en cuenta que en las decisiones se hacen "juicios de valor”, lo que implica una jerarquización de los valores.
1.     Esto es lo que lleva a los "defensores de la vida” a afirmar que está moralmente mal tanto quitar la vida como acortarla, matar como dejar morir. Sin embargo, la autora cree que, desde el punto de vista de la ley, hay situaciones en las que se puede distinguir entre matar y dejar morir (como sería el caso de alguien que ve que una persona se está ahogando y aun cuando sabe que tiene capacidad para salvarla sin poner en peligro su vida no lo hace y la persona muere). Pero esta distinción no anularía el principio general de que no hay diferencia moral entre dejar morir deliberadamente y causar la muerte deliberadamente aunque, eso sí, es más cruel la primera de las opciones.
2.     Criterio distinto es la que mantienen algunas personas favorables a la eutanasia al considerar que determinadas vidas no merecen ser vividas (como el caso b) porque a la vida no le daría valor solamente el hecho de no sufrir sino el conjunto de percepciones, capacidades intelectuales, goces, etc. La duda práctica de si el estado vegetativo es realmente permanente, se podría resolver, según Warnock, con la intervención de más de un equipo médico que redacte el diagnóstico.

Frente al "argumento” que utilizan las personas contrarias a la eutanasia, también en casos de EVP o terminales con sufrimiento, y consistente en afirmar que la admisión en esos casos abriría la puerta a una eutanasia descontrolada, la autora lo engloba dentro de las falacias ("falacia de la pendiente resbaladiza”) basadas en la desconfianza irracional en la humanidad.
Para terminar, Warnock realiza las siguientes reflexiones: La clave para juzgar situaciones como las descritas u otras similares está en determinar, en cada caso, el valor de la vida y de la muerte, porque la vida no sería intrínsecamente valiosa, sino que su valor dependería de su "calidad” (nueva referencia a lo afirmado por Ferrater Mora). En última instancia, se trataría de ponerse de acuerdo socialmente acerca de en qué consiste esa calidad y a partir de qué circunstancias se considera que el valor de la muerte es superior al de la vida.
"Matar", "dejar morir" y "ayudar a morir"
Las tres expresiones tienen en común su relación con la muerte pero, además, en los tres casos, hay alguien más que la persona que muere. Efectivamente, por acción u omisión, existen una o más personas que influyen, de una u otra forma, como veremos, en que se produzca esa muerte. Sin embargo, a pesar de esas dos similitudes, no es posible confundirlas, excepto si lo que se pretende es manipular el lenguaje para que concuerde con las creencias de cada cual, como ocurre en el caso de la eutanasia por parte de los mal llamados "defensores de la vida”.
"Matar” es una relación que supone un sujeto de la acción, un agente, y un paciente. En esa relación, la muerte sucede en contra de la voluntad del muriente y puede ser con o sin voluntad del agente (con o sin intención de matar). En el primer caso, hablaríamos de asesinato y, en el segundo, de homicidio involuntario.
"Dejar morir” presupone que existen dos sujetos, quien muere y quien lo observa. Quien observa, sin embargo, es un sujeto que puede intervenir, en el sentido de intentar evitar la muerte, y no lo hace. Esa inacción puede ser la respuesta a una solicitud del muriente, que desearía morir, ser fruto de la incapacidad o cobardía del observador (por ejemplo, cuando alguien se está ahogando y quien lo observa no sabe nadar o, aun sabiendo, teme arriesgarse)
o puede ser que el observador, aun teniendo capacidad para evitarla, desee esa muerte y por eso se inhiba. Moralmente, es loable respetar la voluntad de quien desea morir. La duda se plantea cuando la persona muriente no puede expresar su voluntad o carece de ella. En situaciones así, y cuando hay un acuerdo sobre la irreversibilidad de la misma, la suspensión del tratamiento, el dejar morir a la persona enferma es aceptado incluso por la Iglesia Católica.
"Ayudar a morir” expresa, igualmente, una relación entre dos sujetos, quien ayuda a morir -que puede ser más de una persona-y el muriente. Este, a su vez, puede estar en disposición de decidir libre y voluntariamente o no. En el primer caso, se trataría de una solicitud por parte de una persona (lo que se denomina "suicidio asistido”) y puede ser independiente de la situación clínica del solicitante; en el segundo caso, por el contrario, el sujeto puede estar en una situación clínica de inconsciencia permanente (como en el caso del estado vegetativo permanente o EVP), o en un estado degenerativo con pérdida de las facultades mentales (Alzhéimer) o en un proceso terminal irreversible acompañado de sufrimiento, y estaríamos hablando de ayuda a morir compasiva. Dicho de otro modo: en el primer caso quien ayuda a morir actúa de acuerdo con la voluntad del muriente, mientras que en el segundo caso actúa al margen de dicha voluntad (no contra ella, que sería asesinato) porque se da por supuesto que carece de la misma. Un ejemplo que puede servir de paradigma para distinguir la ayuda a morir (la mal llamada eutanasia) del asesinato, sería el de una relación sexual entre dos personas. En efecto, en ella hay dos individuos con sus correspondientes voluntades. Pues bien, si la relación es consentida podríamos afirmar que esas personas están "haciendo el amor”; pero, si una de las personas no deseara tener dicha relación hablaríamos de violación. El paralelismo es evidente: lo que distingue una acción moralmente buena de otra mala es, en ambos casos, la voluntariedad o no de las personas implicadas. solo se daría asesinato en el caso de que la muerte se produjera en contra de la voluntad del muriente.