Desde hace un tiempo, se está instalando un discurso que
podríamos llamar de culpabilización general por las realidades negativas que
existen en la sociedad. Ejemplos de ello son los artículos de opinión e
intervenciones en foros de debate en radio y televisión acerca de la violencia
de ETA y el dolor generado en las víctimas. Algunas personas consideran que la
mayoría de la ciudadanía del País Vasco y Navarra ha sido responsable, por
omisión, del dolor causado a las víctimas e incluso de la perduración de la
propia ETA y sus atentados. Al respecto, expongo estas reflexiones con la
intención de aclarar algunos aspectos del tema que, en mi opinión, se olvidan
en dicho discurso.
Desde luego, es innegable que al poder político le interesa
esa actitud que reparte la responsabilidad de los males, aunque la mayoría de
la población carezca de la capacidad de tomar decisiones para generarlos o
evitarlos. En este sentido, afirmo que la responsabilidad política la tiene en
su totalidad quien detenta el poder, no la ciudadanía a la que sólo se la tiene
en cuenta para que deposite su voto cada cuatro años o, si se quiere, y siendo
más exactos, la responsabilidad de ésta se reduce al porcentaje de
participación en la toma de decisiones, que vendría a ser de medio minuto
dedicado a depositar el voto frente a los cuatro años que corresponderían a las
personas que toman las decisiones políticas.
¿Por qué, entonces ese sentimiento de culpa que albergan
algunas personas y quieren hacer extensible a toda la ciudadanía? Por la
sencilla razón de que se juzgan realidades pasadas desde la perspectiva
presente, olvidando el contexto político y social e ideológico en el que surgen
los conflictos. Es lo que Carlos Castilla del Pino llamaba “situación”, que es
“la resultante del diálogo de la persona -o grupos de personas, añado yo- con
SU realidad”. Evidentemente, requiere más esfuerzo conocer las circunstancias
que rodean a un acontecimiento antes de juzgarlo que aplicar los principios
morales sin tenerlas en cuenta. Pero, la diferencia es enorme entre una y otra
actitud indagadora. En efecto, tener en cuenta la situación permite entender
por qué determinadas personas actúan de determinada manera, lo que en absoluto
significa comprender su actitud, es decir, y siguiendo a la RAE, “encontrar
justificados o naturales los actos o sentimientos de otro”.
El contexto
La realidad en la que surge ETA tenía, entre otros, los
siguientes rasgos característicos, cuyo orden no sigue ninguna pauta
previamente establecida ni pretende ser totalizadora:
·
Se dan dos bloques político-ideológicos a nivel
mundial (capitalismo vs socialismo).
·
Se extienden en el mundo, y también en el estado
español, los movimientos de liberación de los pueblos colonizados y de los
nacionalismos (la mayoría con pretensiones independentistas), así como partidos
revolucionarios partidarios de utilizar la acción armada.
·
Existencia de una dictadura defensora de la
unidad nacional y negadora de cualquier diferencia que suponga el
cuestionamiento de aquélla.
·
Se impone, en parte de esos movimientos
revolucionarios, la idea de que es necesaria una vanguardia que abra camino al
conjunto de la ciudadanía. Aparecen ETA, Terra Lliure, Loita Armada Galega,
Iraultza, FRAP…A esa vanguardia se suman, principalmente, personas jóvenes, más
dadas al idealismo y más propensas al sacrificio por una causa que consideran
justa.
·
Los primeros atentados de ETA sólo encuentran
reproches en el régimen franquista, porque se interpretaban como parte de la
lucha de la izquierda contra el franquismo.
·
La muerte de Franco y la Ley de Amnistía, que
benefició mucho más a los causantes de la guerra civil y de los miles de
asesinados por el régimen que a los militantes en contra del mismo, no
supusieron la desaparición de ETA sino, por
el contrario, el aumento de su actividad. Su objetivo principal, la
independencia, no coincidía con el de otros partidos de izquierda
(revolucionarios o no).
·
Partidos que en la clandestinidad defendían el
derecho a la autodeterminación (como el PSOE, por ejemplo), abandonan esa
reivindicación o, como el PC, la dejan en al baúl de los recuerdos.
·
El estado francés dio refugio, o lo permitió,
durante muchos años a ETA y su entorno, hasta el punto de ser considerado su
“santuario”.
·
Desde el estado se reacciona con leyes (Ley
Antiterrorista) que se usan indiscriminadamente -convirtiendo a muchos
inocentes en sospechosos de terrorismo-, prolongan la detención y facilitan las
torturas, y con la creación de grupos paramilitares (Batallón Vasco Español,
GAL…).
·
La indiscriminación en los atentados -con su
consiguiente pérdida de apoyo social-, la implicación de Francia y la acción
policial, son, entre otros, elementos que irán minando la estructura que servía
de apoyo a ETA y, con el tiempo, van a suponer su renuncia a la lucha armada y,
casi con seguridad, su desaparición.
Al hilo de lo anterior, habría
que añadir que el contexto social condiciona las actitudes personales en muchos
aspectos de la vida y, por tanto, también en la política. En los años 80-90, tener
entre dieciocho y veinticinco años y nacer en Hernani, o tener esa misma edad y
vivir en la pobreza en un pueblo de Andalucía, por poner un ejemplo, cambia
radicalmente las expectativas de cómo se pueden desarrollar las vidas de dos
personas. Las exigencias de responsabilidad, también deben tener eso en cuenta,
porque desde la distancia se suele ser más valiente que ante la cercanía de un
peligro. Y eso es aplicable, también, a la ciudadanía toda. Era más fácil
criticar a ETA en Extremadura que en el Goierri.
La ciudadanía
Una parte de la ciudadanía -no soy capaz de cuantificarla-,
entre la que me incluyo, se encontraba en un perpetuo estado de confusión ante
una situación que escapaba a toda reflexión serena e imparcial. La coincidencia
de los atentados de ETA con los del GAL, las muertes indiscriminadas, la
existencia de torturas, la limitación de las libertades, el papel de los medios
de persuasión, como los llama acertadamente Vincent Navarro, no ayudaban
precisamente a aquella reflexión y a la toma de decisiones con criterio no
prestado. El maniqueísmo moral se imponía por doquier: todos exigían absoluta
entrega a cada causa, ignorando que se puede estar de acuerdo en parte sin
estarlo en todo. Así, posicionarse puntualmente en una convocatoria era
aprovechado por los convocantes para extender ese apoyo a otras causas ajenas a los llamamientos (ya
fuera la unidad de España, ya fuera la independencia de Euskadi…). No cabían
matices que eran interpretados como traiciones.
A lo anterior, habría que añadir la utilización política de
los presos, por una parte, y de las víctimas de ETA, por otra, con el objetivo
de imponer los objetivos pretendidos, lejanos a la exigencia de justicia que
unos y otras decían reclamar. En este sentido, resulta reseñable el distinto
tratamiento que el estado ha dado a las víctimas del terrorismo, llegando a la
marginación de la asociación dirigida por Pilar Manjón y al cuasi desprecio a
las víctimas de los GAL, a las cuales la justicia ni siquiera las consideró
como tales.
Lo moral
Desde un punto de vista moral, las mismas acciones deben
tener el mismo tratamiento y deben ser juzgadas de igual manera (un asesinato
lo es tanto si lo realiza una organización armada, como si la responsable es la
policía). Algunas personas, quizás la mayoría, rechazamos la tortura y los
asesinatos por inmorales, independientemente del objetivo que con ellos se
pretenda, y nos han dolido la mayoría de las muertes con una intensidad
distinta según las circunstancias que rodeaban las mismas, pero, no aceptamos
que se nos haga responsables aduciendo que hemos mirado para otro lado, hemos
hecho caso omiso, nos hemos autocensurado o hemos guardado silencio cómplice.
Nuestra sociedad es muy dada a grandes manifestaciones de dolor convertidas en
espectáculo, y al olvido de las causas de ese dolor al acabar el espectáculo.
Pero el dolor moral no necesita ser expresado con manifestaciones que, además,
como ya he señalado, casi siempre tenían otros objetivos (políticos) que no
eran apoyar a las víctimas o rechazar determinadas formas de violencia. Los
responsables morales son quienes ejecutaban las acciones (asesinatos,
torturas…) o ayudaban a planificarlas o las apoyaban. Negar esto supone
compartir la responsabilidad del hambre
en el mundo, de las muertes en el Mediterráneo, de las guerras…responsabilidad
que, en verdad, sólo corresponde a sus causantes.
Lo político
Por lo que se refiere al aspecto político del tema, y al
contrario que en lo referente a la moral, las mismas acciones (asesinatos,
tortura, secuestros…) no deben tener siempre el mismo tratamiento. En efecto,
la valoración tiene que ser mucho más negativa cuando los autores son
representantes del estado, que cuando son personas que se enfrentan a ese
estado. La razón es obvia: los primeros representan la ley y son responsables
de que se cumpla; los segundos no.
Ciertamente, y recordando a Kant, estamos rodeados de
“moralistas políticos”, es decir, de aquéllos que utilizan la moral como medio
para conseguir sus fines políticos, en vez de estarlo de “políticos morales”,
es decir, de aquéllos cuya moral rige sus políticas. En ellos recae la
responsabilidad, que supuestamente asumen como una carga, de resolver los
problemas sociales y políticos por medios morales, no en la ciudadanía.
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