Hay ideas que se resisten a abandonar el espacio y el tiempo
intelectual en el que habitan; otras, sin embargo, tienen una existencia
limitada tanto en uno como en otro. Entre las primeras, sin lugar a dudas, las
de ‘dios’ y ‘alma’ han sido de las más persistentes, y no porque reflejen una
mayor realidad que otras, sino porque en ellas se fundamenta el poder, la
dominación de unos seres humanos sobre otros.
Cada idea, sin embargo, tiene asociadas otras muchas cuya
existencia va unida a la existencia de aquella. Es el caso del alma y de las
ideas que históricamente se han asociado a la misma bajo el nombre de
‘facultades’ o ‘potencias’ como son: el entendimiento, la sensibilidad y, la
más importante, como veremos, la voluntad. El uso del concepto de ‘facultad’
para referirse a estas últimas, sin embargo, ha ido desapareciendo con el paso
del tiempo y el desarrollo de la psicología como ciencia empírica, lo que, a su
vez, ponía en cuestión la existencia del alma que quedaba prácticamente sin
funciones.
Para lograr la pervivencia del alma, ha habido un intento
muy extendido por transformarla en algo menos religioso, más de acuerdo con los
tiempos -como acostumbran a hacer quienes se resisten a perder espacios de
influencia y poder-, incluso con la intención de acercarla al ámbito
científico, pasándose a llamarla ‘mente’. Sin embargo, el cambio de nombre no
ha supuesto la modificación de gran parte de su significado, cumpliéndose
aquello que Horacio afirmó: “mutato nomine de te fabula narratur”. Así, lo que
antes se denominaban ‘facultades’ del alma, como es el caso de la ‘voluntad’ y
del ‘entendimiento’, tal y como los ensalzados filósofos de la antigüedad,
Platón y Aristóteles, afirmaron, y toda la teología cristiana (porque decir
‘filosofía cristiana’ es un contrasentido) sostuvo y sostiene, ahora lo serían
de la mente. En este proceso de maquillaje, los defensores del alma/mente se
han visto obligados a hacer algunas concesiones de escasa importancia para
ellos, como ha sido ceder al cerebro funciones como la memoria, la sensibilidad
e incluso el propio entendimiento (ahora ‘inteligencia’), pero, sin embargo,
han reservado para el alma/mente lo que consideran primordial a la hora de
mantener su estatus: la voluntad. Esta es clave porque a ella va unida la idea
de libertad, y a esta la de ética y política.
Toda la vida social y política descansa sobre la existencia
de la voluntad que, además, se nos presenta como independiente de cualquier
condicionamiento externo, y libre, de tal forma que, sean cuales sean las
circunstancias, las respuestas que demos serán responsabilidad nuestra y
solamente nuestra. El derecho penal no existiría como lo conocemos sin esa
concepción de la voluntad. El trinomio voluntad-libertad-responsabilidad es la
garantía última de todos los sistemas de dominación. Elegir vivir en vez de
morir cuando el enemigo había vencido convertía a cualquier persona en su
esclava, elegir trabajar en condiciones inhumanas en vez de morir convirtió a
muchas personas en lumpenproletariado en los inicios de la industrialización;
elegir trabajar por un salario de miseria en vez de malvivir las convierte, hoy
en día, en objetos de usar y tirar, en habitantes de los márgenes, en
marginadas.
Sin embargo, nada hace pensar que la voluntad tenga que
tener un origen distinto al resto de capacidades humanas, todas ellas radicadas
en lo que llamamos ‘cuerpo’, aunque no sean corpóreas. Capacidades que, dicho
sea de paso, dependen de la constitución que tenga ese cuerpo y de las
experiencias que vaya acumulando. Dichas capacidades solo se descubren en la
práctica, es decir, cuando se da el encuentro de la sensibilidad con aquello
que es estímulo para ella. No sabemos qué es ‘ver’ hasta que aparece la luz, no
sabemos qué es oír hasta que aparecen los sonidos.
Del mismo modo, lo que entendemos por voluntad, no es algo innato
que exista al margen de toda experiencia; por el contrario, es la experiencia
la que va forjando la voluntad, de tal forma que nacer en una familia pobre con
unas progenitoras que transmiten desprecio y abandono, condicionará el
desarrollo de la voluntad de su descendencia. No se es libre para elegir nada
de lo que hace que la voluntad se desarrolle. No elegimos la voluntad que
tenemos. Por eso, el liberalismo, viejo y nuevo, miente cuando utiliza la libertad
para justificar las desigualdades, y culpabilizar a la persona de su situación
en el mundo. Y miente porque su doctrina cumple la doble función de garantizar
la situación privilegiada de sus defensores, y de tranquilizar sus conciencias.
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