miércoles, 16 de febrero de 2022

¿Voluntad?

 


Hay ideas que se resisten a abandonar el espacio y el tiempo intelectual en el que habitan; otras, sin embargo, tienen una existencia limitada tanto en uno como en otro. Entre las primeras, sin lugar a dudas, las de ‘dios’ y ‘alma’ han sido de las más persistentes, y no porque reflejen una mayor realidad que otras, sino porque en ellas se fundamenta el poder, la dominación de unos seres humanos sobre otros.

Cada idea, sin embargo, tiene asociadas otras muchas cuya existencia va unida a la existencia de aquella. Es el caso del alma y de las ideas que históricamente se han asociado a la misma bajo el nombre de ‘facultades’ o ‘potencias’ como son: el entendimiento, la sensibilidad y, la más importante, como veremos, la voluntad. El uso del concepto de ‘facultad’ para referirse a estas últimas, sin embargo, ha ido desapareciendo con el paso del tiempo y el desarrollo de la psicología como ciencia empírica, lo que, a su vez, ponía en cuestión la existencia del alma que quedaba prácticamente sin funciones.

Para lograr la pervivencia del alma, ha habido un intento muy extendido por transformarla en algo menos religioso, más de acuerdo con los tiempos -como acostumbran a hacer quienes se resisten a perder espacios de influencia y poder-, incluso con la intención de acercarla al ámbito científico, pasándose a llamarla ‘mente’. Sin embargo, el cambio de nombre no ha supuesto la modificación de gran parte de su significado, cumpliéndose aquello que Horacio afirmó: “mutato nomine de te fabula narratur”. Así, lo que antes se denominaban ‘facultades’ del alma, como es el caso de la ‘voluntad’ y del ‘entendimiento’, tal y como los ensalzados filósofos de la antigüedad, Platón y Aristóteles, afirmaron, y toda la teología cristiana (porque decir ‘filosofía cristiana’ es un contrasentido) sostuvo y sostiene, ahora lo serían de la mente. En este proceso de maquillaje, los defensores del alma/mente se han visto obligados a hacer algunas concesiones de escasa importancia para ellos, como ha sido ceder al cerebro funciones como la memoria, la sensibilidad e incluso el propio entendimiento (ahora ‘inteligencia’), pero, sin embargo, han reservado para el alma/mente lo que consideran primordial a la hora de mantener su estatus: la voluntad. Esta es clave porque a ella va unida la idea de libertad, y a esta la de ética y política.

Toda la vida social y política descansa sobre la existencia de la voluntad que, además, se nos presenta como independiente de cualquier condicionamiento externo, y libre, de tal forma que, sean cuales sean las circunstancias, las respuestas que demos serán responsabilidad nuestra y solamente nuestra. El derecho penal no existiría como lo conocemos sin esa concepción de la voluntad. El trinomio voluntad-libertad-responsabilidad es la garantía última de todos los sistemas de dominación. Elegir vivir en vez de morir cuando el enemigo había vencido convertía a cualquier persona en su esclava, elegir trabajar en condiciones inhumanas en vez de morir convirtió a muchas personas en lumpenproletariado en los inicios de la industrialización; elegir trabajar por un salario de miseria en vez de malvivir las convierte, hoy en día, en objetos de usar y tirar, en habitantes de los márgenes, en marginadas.

Sin embargo, nada hace pensar que la voluntad tenga que tener un origen distinto al resto de capacidades humanas, todas ellas radicadas en lo que llamamos ‘cuerpo’, aunque no sean corpóreas. Capacidades que, dicho sea de paso, dependen de la constitución que tenga ese cuerpo y de las experiencias que vaya acumulando. Dichas capacidades solo se descubren en la práctica, es decir, cuando se da el encuentro de la sensibilidad con aquello que es estímulo para ella. No sabemos qué es ‘ver’ hasta que aparece la luz, no sabemos qué es oír hasta que aparecen los sonidos.

Del mismo modo, lo que entendemos por voluntad, no es algo innato que exista al margen de toda experiencia; por el contrario, es la experiencia la que va forjando la voluntad, de tal forma que nacer en una familia pobre con unas progenitoras que transmiten desprecio y abandono, condicionará el desarrollo de la voluntad de su descendencia. No se es libre para elegir nada de lo que hace que la voluntad se desarrolle. No elegimos la voluntad que tenemos. Por eso, el liberalismo, viejo y nuevo, miente cuando utiliza la libertad para justificar las desigualdades, y culpabilizar a la persona de su situación en el mundo. Y miente porque su doctrina cumple la doble función de garantizar la situación privilegiada de sus defensores, y de tranquilizar sus conciencias.

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