viernes, 12 de octubre de 2018

Señor


Todo empezó un día cualquiera en los cines Golem de Iruña. Era la semana de Cine y Mujeres organizada por IPES y los propios cines Golem. Después de la proyección de una película, cuyo título no acierto a recordar, había un turno para intervenciones del público sobre los temas tratados en la misma. Tomé la palabra e hice mi aportación, la cual fue seguida por otra de una chica joven que, más o menos, dijo: “yo estoy de acuerdo con lo que ha dicho ese señor…”. “Señor”, me había llamado “señor”, yo que siempre había sido un nombre propio, yo que había hecho gala de romper las distancias que otorgan los papeles sociales…¿Habría entendido mal?, ¿se referiría a otra persona? No, no había duda porque, además, quienes me acompañaban, y algunas personas más que me conocían, rieron ante esas palabras y, para más inri, las repetían: “te ha llamado señor, ja, ja, ja…”
Y ahí empecé a hacerme mayor, porque serlo consiste en que las personas jóvenes te vean mayor aunque tú, en tu intimidad y en tu externidad, creas que no lo eres. Uno se puede empeñar en creer que la edad física no tiene por qué corresponderse con la edad vital, incluso le cabe la posibilidad de utilizar argumentos extraídos de grandes pensadores o de proverbios, como aquel que afirmaba que La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza -razonando que “si tengo más esperanza que recuerdos, y ése es mi caso, la vejez no me ha llegado”-. Todo intento es vano cuando, no alguien como tú, no alguien de tu misma edad o parecida te llama “señor” -porque eso siempre puede ser fruto de una mente antigua o de la pura envidia- sino cuando una joven te despoja de la máscara.

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