Las distintas propuestas que se
plantean, tanto institucionales como no, tienen una raíz común:
“Los sistemas de
calidad aparecieron en 1951. El control de calidad, uno de los elementos de la
gestión de calidad, surgió, como quehacer de la industria, después de la
Segunda Guerra Mundial y sus principios los codificó J.M. Juran en 1951 en su Manuscrito
del control de calidad (...). Los avances realizados en este campo han estado
siempre en manos de los militares pues empezaron para inspeccionar las armas durante
la Segunda Guerra Mundial. En 1959, la primera norma estatal sobre el programa
de calidad, el MIL Q 9858A, lo elaboró el Departamento de Defensa de EE.UU. En
1968, le siguieron las Publicaciones para Asegurar la Calidad (AQAP) elaboradas
por la OTAN. Al poco tiempo, en 1970, el Ministerio de Defensa de Gran Bretaña
publicó una versión británica del AQAP y, en 1972, el Organismo para la
Reglamentación Británico publicó el BS 4891, la Guía para Asegurar la
Calidad”.
Esta es la historia contada por
quienes se dedican a extender los sistemas de Control de Calidad. A su origen
militar siguió su utilización en la industria, tanto en EE.UU. como en Japón,
entre otros. Pero así como en el caso de la industria militar la finalidad
fundamental, cuando estos sistemas surgieron, era el logro de una mayor precisión
y la eliminación de errores, en la industria en general, incluyendo ahora
también la militar, muy privatizada, los objetivos serían que “si se cumplen
desde el primer momento las obligaciones –vinculadas al Plan de Gestión de
Calidad para conseguir, por ejemplo el ISO 9000- no habrá ningún tipo de
pérdida, los costos serán mínimos y las ganancias máximas”.
Las aportaciones a la Calidad han
sido variadas a lo largo del tiempo, y ha habido algunas con criterios más
“humanos” o, lo que es lo mismo, menos mercantiles, como sería el caso de K.
Ishikawa y su Control Absoluto de la Calidad: revolución conceptual. En
concreto, esto es parte de lo que afirma:
“Cuando quien gestiona una
empresa decide establecer en la misma el control de calidad, debe regular todos
los procesos y los procedimientos y, posteriormente, con atrevimiento, delegar
su poder en los subordinados. El principio básico de una administración
acertada consiste en dar la posibilidad de que los subordinados tengan la
posibilidad de aprovechar totalmente sus capacidades...Todos los que tienen que
ver con la empresa tienen que sentirse cómodos y orgullosos de la misma y, a la
vez, aprovechando sus capacidades, deben realizar sus potencialidades
personales...Es un sistema del que participan todos los empleados, de arriba
abajo y de abajo arriba, y que respeta totalmente la humanidad”
En todo caso, aunque los medios cambien, el
objetivo siempre es el mismo: el mayor rendimiento en el menor tiempo posible y
con los menos gastos posibles. Por eso, la aparente “humanidad” que destila el
texto arriba reflejado, y otros similares, puede resultar más dañina que cuando
abiertamente expresan la verdadera intencionalidad. La razón es obvia, los
subordinados se convierten, aparentemente, en gestores de la empresa, es decir,
forman parte de ella y ella de sus vidas, se implican más, la sienten como
suya, PERO NO ES SUYA. En esto radica el engaño, engaño que fácilmente
se puede comprobar cuando llegan tiempos de crisis. Efectivamente, cuando los
beneficios no son los esperados o se acumulan pérdidas viene la reducción de
personal tan habitual, por desgracia, últimamente; entonces ya no se es empresa
y la cruel realidad se impone. Pero hasta entonces, esas personas han dado lo
mejor de sí mismas recibiendo, a cambio, el salario que tienen asignado y
llevándose la dura impresión de que, como era gestor de la empresa, suya es la
culpa de la crisis y debe pagar por ello. En fin, una diabólica forma de
eliminar la confrontación social y de crear un ejército de personas sometidas
para siempre.
La razón de todo este empeño por
la calidad no es otra que la disminución del mercado, es decir del número de
personas que pueden y quieren acceder a los productos que se ponen a la venta.
Como existe un exceso de productos en el mercado del primer mundo, que es el
que puede acceder a ellos, la competencia ya no se establece solamente en
términos de cantidad sino de calidad. Ahora el consumidor, el cliente en
terminología de la Calidad, ha pasado a ser el rey. De ser alguien sin
criterios se ha convertido en una persona que sabe lo que quiere y que, además,
sabe distinguir la calidad de lo que se le ofrece. De ahí que Alberto Galgano,
en su obra Gestión de la Calidad total: alternativas señale que los
cuatro deseos del cliente que hay que respetar son la calidad, el precio, el
servicio y la fiabilidad. Pero la calidad es algo que se pretende imponer a
todas las personas vinculadas a la empresa, para evitar lo que, en un
principio, sucedía en EE.UU., donde solamente el núcleo dirigente de las
empresas se hacía cargo de ella, con resultados nada alentadores. Para reflejar
esto, las nuevas tendencias, que tienen su raíz en Japón, lo llamaban
despectivamente la “calidad de los cuatro gatos”. El nuevo planteamiento de la
calidad tiene como objetivo “lograr que todas las personas de la empresa se
preocupen de la calidad y, más aún, que la calidad impregne toda la empresa, lo
que significa que hay que estructurarla en torno a la misma”. Para lograrlo se
proponen “procurar un cambio del modo de pensar de la gente y, para eso, es imprescindible
que la dirección de la empresa asuma, también, la dirección del control de calidad
de la misma”.
Lo dicho hasta ahora explica por
qué toda la información acerca de la mejora de la calidad ha estado vinculada,
hasta hace poco tiempo, a las empresas productoras de mercancías, sean las que
fuesen. Pero, claro, vivimos en un mundo donde se intenta hacer de cualquier
actividad negocio y, así, fruto de la moda por la calidad, han ido surgiendo
grupos de personas que, conocedores de los entresijos de los sistemas de
control calidad –o de la calidad total, como ahora les gusta que se llame- han
hecho de ese conocimiento su forma de vida o, si se quiere, su negocio montando
toda una red de “especialistas” que han expandido a través de charlas, y con
bastante apoyo oficial, la ideología de la calidad, cantando sus virtudes y
encontrando gran receptividad, tanto en el mundo empresarial -que ha visto en
ello el filón de implicar a los trabajadores para conseguir más productividad o
mejores ventas a cambio de nada, o de las cantidades que deben pagar a los
promotores del sistema- como en las distintas administraciones, que buscaban
con denuedo la forma de reducir las plantillas de trabajadores públicos sin que
la población se les echara encima y que han encontrado la solución en la
implicación “gratuita” y “voluntaria” de unos trabajadores dispuestos a
redimirse de su apatía política y sindical a través de la visión calvinista y
opusiana del “salvémonos en el trabajo”. Y así ha surgido, de una necesidad
“inventada”, puramente artificial, un grupo de personas que se denominan a sí
mismas “líderes”, que han establecido una red de especialistas que, con el
beneplácito de las administraciones, tanto de la comunidad autónoma vasca como
de la navarra, y con el apoyo de las confederaciones de empresarios, se dedican
a controlar “objetivamente” la calidad del trabajo tanto en las empresas
privadas como públicas.
Con lo afirmado hasta ahora se
comprenderá que, al intentar implantarla en la educación, haya tenido prioridad
el ámbito científico técnico –sobre todo este último- y, en concreto, las
enseñanzas de Formación Profesional. Sin embargo, y a la vista de las grandes
ventajas que ofrece a cambio de la poca inversión que exige, el modelo ya ha
llegado al resto de los centros educativos, a la sanidad, etc. En el caso de la
educación, es necesario constatar que, lo que en un principio tuvo una buena
acogida, se ha ido diluyendo con el paso del tiempo y, sobre todo, con la
constatación de que la mal llamada calidad sólo traía más trabajo, mientras que
los beneficios eran repartidos entre muy pocas personas, algunas de ellas
convertidas en profesionales del asunto.
Para aliviar esa decadencia sin
freno, se intentan acelerar los procesos de consecución de Certificados de
Calidad, se pretende competir con los centros de la red privada, donde esos
certificados los tienen otorgados prácticamente desde su fundación, pues aquí
es perfectamente aplicable el dicho de “yo me lo guiso, yo me lo como”; se
quiere, en suma, privatizar la enseñanza pública, mejorar la relación beneficios-coste
con la buena voluntad de las personas que en ella trabajamos, pero sin ninguna
aportación económica por parte de
Además, y lo que es más grave
todavía, se mantiene el empeño en cuantificar lo no cuantificable, en convertir
en número a las personas, en tratarlas como objetos de trabajo, es decir, como
cosas, olvidando que lo subjetivo existe y que es tan valioso en la realidad
humana como lo objetivo; ignorando, en suma, que en la elaboración de
mercancías el punto de partida se puede considerar como constante, a efectos de
mercado, y que lo que se pretende es que, mediante una “regulación del
proceso”, el producto final sea de más calidad para poder responder a las
exigencias de ese mercado, hoy más “selecto”, pero se olvida, como decía, que
en la educación las personas tienen una historia singular, única, un desarrollo
físico, psicológico, familiar y social que no es cuantificable pero que
determina el resultado final, que es, fundamentalmente, el que se tiene en
cuenta al elaborar los informes que van a ser objeto de valoración y que
después van a servir para juzgar, de paso, al profesorado y a su trabajo, así
como al funcionamiento del centro en su conjunto.
NO A ESTA CALIDAD