El fútbol tiene una historia de amores y desamores muy vinculada a los
vaivenes ideológicos que, por lo menos a quienes vivimos el franquismo, nos han
ido marcando como personas políticas. Es curioso comprobar cómo hemos ido
cambiando imperceptiblemente nuestra visión de determinados elementos que
componen la vida social. Lo que en el franquismo eran reivindicaciones, como,
por ejemplo, el derecho a la autodeterminación, han pasado a ser sinónimo de
demandas antidemocráticas; lo que, como el fútbol, eran subterfugios que el
poder utilizaba para alejarnos de la actividad política, es decir, para
tenernos domesticados, se han convertido en iconos culturales, en algo
incuestionable, inicuo desde el punto de vista ideológico-político. Este
cambio, sin embargo, no parece que haya sido producto de una reflexión sino,
más bien, de una inoculación imperceptible, de una adaptación al medio ambiente
del capitalismo de última hora.
Vistas las cosas con una cierta perspectiva, no
quedándonos en lo superficial, lo que se constata es que, en lo que respecta al
fútbol, aparte de ser un deporte, un negocio, un espectáculo de masas, etc.,
cumple una función que tiene bastante que ver con la lucha ideológica entre
quienes detentan el poder económico y quienes sufren ese poder. Desde luego que
no es exclusivo del fútbol y que todo lo que afirmo a propósito de él es
igualmente aplicable a otros deportes, pero es innegable que el efecto es
inmensamente mayor en éste por la cantidad de personas involucradas.
En el fútbol se da la circunstancia de que la pertenencia a la llamada
afición de un equipo no sólo no tiene que ver con motivaciones de clase social
-que, aunque nos digan lo contrario, siguen existiendo- sino que éstas se
borran absolutamente, de tal suerte que las personas seguidoras de un equipo sienten por encima de todo los colores
del mismo. Y no sólo eso, ocurre también que la rivalidad, que llega en muchas
ocasiones al desprecio y al odio hacia las aficiones de otros equipos, se
establece en función de la pertenencia a uno u otro equipo independientemente
de su situación socioeconómica. Por eso, en varias ocasiones he tenido la
oportunidad de escuchar en la radio afirmaciones del tipo “el equipo XX está por
encima de las clases y de las ideologías, tanto trabajadores como empresarios
se sienten del XX”. La verdad es que es curioso comprobar cómo el empresario
que te ha puesto en la calle se hace uno contigo, mientras el trabajador del
equipo contrario pasa a ser tu enemigo declarado. Se me admitirá que,
independientemente de si existe voluntariedad o no por parte del poder
económico-político, esa visión del fútbol -y de otros deportes, insisto- le
favorece totalmente.
En el fondo, lo que está en juego en los campos de fútbol son los
sentimientos, y a ellos se dirigen los esfuerzos del poder para controlarnos.
Quien se adueñe de los sentimientos manejará las voluntades en gran medida. Si
lo que sentimos por un equipo de fútbol está por encima de lo que sentimos por
una trabajadora en apuros, el poder económico está ganando la partida. Y creo
que, hoy, esa es la cruel realidad.