miércoles, 16 de febrero de 2022

¿Voluntad?

 


Hay ideas que se resisten a abandonar el espacio y el tiempo intelectual en el que habitan; otras, sin embargo, tienen una existencia limitada tanto en uno como en otro. Entre las primeras, sin lugar a dudas, las de ‘dios’ y ‘alma’ han sido de las más persistentes, y no porque reflejen una mayor realidad que otras, sino porque en ellas se fundamenta el poder, la dominación de unos seres humanos sobre otros.

Cada idea, sin embargo, tiene asociadas otras muchas cuya existencia va unida a la existencia de aquella. Es el caso del alma y de las ideas que históricamente se han asociado a la misma bajo el nombre de ‘facultades’ o ‘potencias’ como son: el entendimiento, la sensibilidad y, la más importante, como veremos, la voluntad. El uso del concepto de ‘facultad’ para referirse a estas últimas, sin embargo, ha ido desapareciendo con el paso del tiempo y el desarrollo de la psicología como ciencia empírica, lo que, a su vez, ponía en cuestión la existencia del alma que quedaba prácticamente sin funciones.

Para lograr la pervivencia del alma, ha habido un intento muy extendido por transformarla en algo menos religioso, más de acuerdo con los tiempos -como acostumbran a hacer quienes se resisten a perder espacios de influencia y poder-, incluso con la intención de acercarla al ámbito científico, pasándose a llamarla ‘mente’. Sin embargo, el cambio de nombre no ha supuesto la modificación de gran parte de su significado, cumpliéndose aquello que Horacio afirmó: “mutato nomine de te fabula narratur”. Así, lo que antes se denominaban ‘facultades’ del alma, como es el caso de la ‘voluntad’ y del ‘entendimiento’, tal y como los ensalzados filósofos de la antigüedad, Platón y Aristóteles, afirmaron, y toda la teología cristiana (porque decir ‘filosofía cristiana’ es un contrasentido) sostuvo y sostiene, ahora lo serían de la mente. En este proceso de maquillaje, los defensores del alma/mente se han visto obligados a hacer algunas concesiones de escasa importancia para ellos, como ha sido ceder al cerebro funciones como la memoria, la sensibilidad e incluso el propio entendimiento (ahora ‘inteligencia’), pero, sin embargo, han reservado para el alma/mente lo que consideran primordial a la hora de mantener su estatus: la voluntad. Esta es clave porque a ella va unida la idea de libertad, y a esta la de ética y política.

Toda la vida social y política descansa sobre la existencia de la voluntad que, además, se nos presenta como independiente de cualquier condicionamiento externo, y libre, de tal forma que, sean cuales sean las circunstancias, las respuestas que demos serán responsabilidad nuestra y solamente nuestra. El derecho penal no existiría como lo conocemos sin esa concepción de la voluntad. El trinomio voluntad-libertad-responsabilidad es la garantía última de todos los sistemas de dominación. Elegir vivir en vez de morir cuando el enemigo había vencido convertía a cualquier persona en su esclava, elegir trabajar en condiciones inhumanas en vez de morir convirtió a muchas personas en lumpenproletariado en los inicios de la industrialización; elegir trabajar por un salario de miseria en vez de malvivir las convierte, hoy en día, en objetos de usar y tirar, en habitantes de los márgenes, en marginadas.

Sin embargo, nada hace pensar que la voluntad tenga que tener un origen distinto al resto de capacidades humanas, todas ellas radicadas en lo que llamamos ‘cuerpo’, aunque no sean corpóreas. Capacidades que, dicho sea de paso, dependen de la constitución que tenga ese cuerpo y de las experiencias que vaya acumulando. Dichas capacidades solo se descubren en la práctica, es decir, cuando se da el encuentro de la sensibilidad con aquello que es estímulo para ella. No sabemos qué es ‘ver’ hasta que aparece la luz, no sabemos qué es oír hasta que aparecen los sonidos.

Del mismo modo, lo que entendemos por voluntad, no es algo innato que exista al margen de toda experiencia; por el contrario, es la experiencia la que va forjando la voluntad, de tal forma que nacer en una familia pobre con unas progenitoras que transmiten desprecio y abandono, condicionará el desarrollo de la voluntad de su descendencia. No se es libre para elegir nada de lo que hace que la voluntad se desarrolle. No elegimos la voluntad que tenemos. Por eso, el liberalismo, viejo y nuevo, miente cuando utiliza la libertad para justificar las desigualdades, y culpabilizar a la persona de su situación en el mundo. Y miente porque su doctrina cumple la doble función de garantizar la situación privilegiada de sus defensores, y de tranquilizar sus conciencias.

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domingo, 15 de agosto de 2021

Alea jacta est



Quienes, desde sus creencias religiosas, se oponen a la eutanasia y a la ley que la regula deben de tener las neuronas al rojo vivo. No las dejan descansar en su empeño por buscar argumentos que utilizar en contra de la realidad política que, día a día, va dando al traste con sus privilegios milenarios. Y es que, perder el poder sobre el morir equivale a su desaparición. Por eso, aunque afirmen que sus principios son inamovibles, sus argumentos se van adaptando a los tiempos, y lo que era axioma en un determinado momento pasa al olvido poco después. Así, “la vida es un don de dios” se transmutó en “la vida es un préstamo divino”, porque, claro, como lo que se da no se quita, aquella donación se volvió contraria a su principal interés, que consiste en que nuestra vida esté en sus manos, como gestores que se consideran y se proclaman de los asuntos divinos, y no en las de cada cual. Se trataba, por encima de todo, de que la vida fuera lo único que no se incluyera en el sacrosanto derecho a la propiedad privada que con tanto ímpetu defienden. Y no les iba mal, la verdad, porque los estados y sus correspondientes gobiernos aceptaban sus premisas morales, aunque, en muchos casos, dijeran ser laicos. Pero, las sociedades se han ido independizando de su influencia, y, gracias al esfuerzo y sacrificio de muchas personas, el derecho a disponer de nuestro ser se ha ido abriendo camino en las legislaciones. Cuando, como señalaba antes, el argumento principal era que la vida era un don o un préstamo divino, a quien hablaban era a una sociedad impregnada de sus creencias carentes de razón. Hoy, esa sociedad ya no existe, y los supuestos mandatos divinos solo afectan a quienes creen en ellos, que cada vez son menos. Por ese motivo, han abandonado el mundo de los argumentos celestes y han descendido al de los mundanos. Y, como las estadísticas muestran que la sociedad está mayoritariamente a favor de la eutanasia, es decir, de que el morir sea algo que esté en manos de quien es dueña del vivir, y, además, esa voluntad mayoritaria se ha convertido en ley, han tenido que optar por la selección artificial, y han elegido al gremio médico como último baluarte de sus creencias. Esta elección tiene su justificación lógica. En efecto, si la eutanasia requiere la relación entre alguien que la solicita y alguien que la hace posible, y la solicitud está amparada por la ley, solo la negativa de quien la tiene que posibilitar impedirá que se cumpla la misma. ¿Qué “razones” han aportado o aportan para intentar imponer sus creencias por encima de la legalidad? Tomando como base los documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (uno, de 1980, y, otro, de 2020), que dejan claro que la vida es un don divino, han realizado un viaje en busca de apoyos racionales a su irracionalidad. Así, de la simple constatación de esa donación a la que hecho referencia, pasaron a la consideración de la eutanasia como homicidio e incluso como asesinato. La aprobación de la ley anula cualquier pretensión en ese sentido, porque la práctica de un derecho nunca puede ser considerada como un crimen. Siguieron, después, con la manida pendiente resbaladiza, es decir, con el fantasma de que su aprobación traería como consecuencia la aplicación incontrolada de la eutanasia. Las realidades de los países donde la eutanasia legal lleva funcionando desde hace alrededor de veinte años, se ha encargado de desmentir lo que ya de por sí es una mentira lógica. Anulada esa vía, anulada la pretensión de imponer creencias religiosas frente a derechos civiles, y anulada la posibilidad de que una mayoría de la población se muestre contraria, el siguiente paso fue acudir a la defensa de los cuidados paliativos como alternativa a la eutanasia. Pero, tampoco esta dio los resultados esperados, habida cuenta de que ambas posibilidades no son contradictorias, y, como enseña la propia lógica de sus paladines ideológicos (Aristóteles y Tomás de Aquino), lo que no es contradictorio es posible. Además, la propia ley de eutanasia recoge la obligatoriedad de informar sobre los cuidados paliativos y ofrecerlos a quien la solicita. El siguiente intento ha consistido en promover la objeción de conciencia, cayendo en la contradicción, ahora sí, de convertirla en desobediencia civil, porque hacen un llamamiento público sobre lo que en teoría corresponde al ámbito privado. A eso habría que añadir que la propia ley recoge ese derecho a objetar, por lo que reclamarlo roza el ridículo. Y, así, llegamos al último intento, por ahora, para impedir que la ley siga adelante. Este consiste en la utilización del concepto de acto médico, para lo cual se sirven de una definición ad hoc extraída de la que al respecto ofrece el Diccionario Médico de la Universidad de Navarra del Opus Dei, a la que convierten, por arte de birlibirloque, en axioma, es decir, en principio indiscutible, al modo como lo haría alguien que definiera a los gatos en función del color de su piel y afirmara que “los gatos son negros”, con lo cual, si alguien viera algo con todas las características de un gato, pero que no fuera negro, la conclusión sería que no era un gato. Eso mismo es lo que pretenden imponer a todas las profesionales de la medicina, intentando hacerles creer que son ellos, quienes se oponen a la eutanasia por razones religiosas, y no la sociedad a través de las leyes democráticamente aprobadas, los que determinan qué es un acto médico. Entendería que todos esos esfuerzos por rechazar lo que la sociedad mayoritariamente ha decidido fueran dirigidos a sus correligionarios, para los que sería suficiente, en todo caso, con la amenaza del fuego eterno. Pero, como la mayoría de personas católicas (más del 52% en 2018, según el CIS), también son favorables a la eutanasia, y parece que ya no les asusta la amenaza del infierno, no parece que tampoco esta opción vaya a resultar favorable a sus intereses. Solo la interpretación tergiversada de algún tribunal afecto a su ideología puede brindarle un último apoyo. Aun así, alea jacta est.

domingo, 10 de enero de 2021

Carta a una carta

 


El Ministerio de Igualdad ha abierto una consulta pública sobre una futura “ley trans”, como reconocen las ocho firmantes de la Carta abierta al Gobierno de España. No se entiende que exijan un debate en el que ya están participando, a no ser que pretendan tener un protagonismo más allá del que emana de sus personas.

Quienes firman la carta no representan a ninguna asociación, sino que lo hacen a título individual. ¿Está obligado el Ministerio de Igualdad a tomar en consideración todas las cartas suscritas por personas individuales o grupos de personas? Si se convocara a todas las asociaciones y personas interesadas, tal y como se propone en dicha carta, es evidente que lo que se lograría es que la ley no saliera adelante, y se entrara en un proceso sin fin que, además, provocaría enfrentamientos y divisiones en el movimiento feminista y en la sociedad en general. ¿Cómo sería ese proceso de debate y reflexión? ¿quién tomaría parte y cómo? ¿Quién lo dirigiría? ¿Cómo se tomarían las decisiones? ¿Quién informaría a la ciudadanía, y de qué?

La carta en cuestión contiene elementos ya utilizados por las creencias religiosas para atacar a las ideas que no concuerdan con su fe. En concreto, se parte de una afirmación categórica (“la autodeterminación del sexo es imposible”), que solo se justifica con otras afirmaciones igualmente categóricas (“el sexo es realidad biológica constatable, dato objetivo y realidad material”) que no se sustentan con ningún argumento, dato o prueba que las confirme. Sí existen, sin embargo, estudios que rebaten esas afirmaciones, como son los de Anne Fausto-Sterling, y experiencias vitales crueles, como las sufridas por la atleta española María Patiño, debidas a esa creencia en la objetividad del sexo.

Por otra parte, se acusa a quienes promueven la “ley trans” de algo que solo existe en las mentes de las firmantes de la carta, como es, que apoyan los estereotipos que siempre ha rechazado el feminismo, cuando es justamente lo contrario. Es decir, convierten su interpretación del posible contenido de la propuesta de ley en una verdad absoluta, y se presentan como las representantes del verdadero feminismo.

Habría que añadir, además, la utilización que hacen de la tan manida falacia de la pendiente resbaladiza, exponiendo toda una serie de consecuencias desastrosas que tendría la implantación de dicha ley (La defensa de las mujeres, el mantenimiento de los espacios reservados, las cuotas, las ayudas, la diferenciación por sexos en competiciones deportivas, o los datos desagregados por sexo para analizar el comportamiento social o tomar medidas frente a las desigualdades entre los sexos son otros de los derechos conculcados si se sustituye sexo por género sentido”), sin justificar por qué serían esas las consecuencias y no sus contrarias o simplemente otras distintas.

Las personas firmantes de la carta, dicen abogar por un conjunto de libertades, entre las que estaría la “elección sexual”, y se manifiestan contrarias a la discriminación por ese motivo, pero, a continuación, ponen límites a esa libertad dejando al margen la elección del sexo, al que denominan “realidad material”.

Desconozco en qué pueda consistir el motivo por el que hay personas que desean tener un sexo distinto al que socialmente se les atribuye, y quieren cambiarlo, pasando de ser hombres a mujeres y viceversa. De lo que sí puedo hablar es del sufrimiento que padecen esas personas y sus allegadas. Sufrimiento en el descubrimiento de la contradicción entre cómo una persona se ve a sí misma, y cómo la ve la sociedad, sufrimiento ante el dilema de cómo comunicarlo, sufrimiento ante las sospechas de quienes están al acecho de lo diferente para castigarlo; sufrimiento ante el futuro incierto que les aguarda… Ciertamente, esas personas no son muchas cuantitativamente hablando, pero ignorarlas, intentar adoctrinarlas en la fe verdadera del sexo natural y objetivo es una crueldad. Afrontar el problema desde un punto de vista social, con el objetivo de dar cauce a esa vivencia, es tomar postura moral. Y, para ello, es imprescindible que esas personas sean las protagonistas, porque el sexo y no solo el género, como el vivir y el morir, es algo que no pertenece a toda la sociedad, sino algo que compete en exclusiva a la persona.

Comunismo a la carta




En su afán por no perder la influencia tenida a lo largo de la historia, la jerarquía de la Iglesia Católica se ha encerrado en la atalaya de la muerte, una de sus últimas posesiones. Desde allí, intenta controlar todos los intentos de acercamiento por parte de la sociedad laica, contra la cual lanza dardos envenenados con forma de palabras.

Poco importa que, para la defensa, tengan que contradecir sus propios mandamientos, sobre todo el séptimo, el que prohíbe la mentira. Así, a la ayuda a morir la llaman homicidio, a la voluntad de morir locura o petición de cariño, y a la muerte digna muerte indigna. Porque, según esa jerarquía, la vida no nos pertenece a las personas individualmente. Y, no, ya no basta con reclamarla como posesión de dios, porque saben que esa afirmación, tan utilizada hasta hace muy poco tiempo, solo valdría para quienes creen en la existencia de ese ser. Ahora, necesitan otra razón, otro dardo envenenado con forma de argumento “civil”. Y acuden al ¡comunismo! En efecto, comienzan diciendo que somos seres sociales y que, por tanto, nos debemos a la sociedad, y concluyen que nuestra vida no es nuestra ni podemos hacer con ella lo que nos venga en gana.

Resulta curiosa la capacidad de adaptación de la jerarquía de la Iglesia Católica que pasó de afirmar que la vida nos la da dios, a decir que, en realidad, no es una donación sino un préstamo y, por último, a señalar que pertenece a la sociedad. Lo que durante siglos han atacado y vilipendiado, la teoría de la evolución y el comunismo, se han convertido en los muros de su atalaya de la muerte.

Cabría esperar que ese comunismo de la vida que ahora reclama fuera acompañado de un comunismo de las cosas, de los bienes, de la riqueza, en suma, algo que ya conocieron los primeros cristianos, tal y como relata el evangelista Lucas: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.” Pero, no, esa jerarquía sigue defendiendo la propiedad privada de las cosas, pero no la de la vida.


miércoles, 5 de agosto de 2020

No acuso


Se critica a Pedro Sánchez por afirmar que “Este Gobierno no va a contribuir a socavar el pacto constitucional ni a la inestabilidad”, es decir, por no cuestionar la monarquía. Y quien lo hace, mayoritariamente, es la gente que dice identificarse con la izquierda, independentista o no independentista, incluidas las personas que ocupan escaños en el Parlamento español. Lo curioso del caso es que todas estas personas representantes han jurado o prometido la Constitución, que en el artículo 1 establece que La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria. Claro, se dirá que algunas de ellas lo hicieron “por imperativo legal”, pero lo que no se puede negar es que lo hicieron y lo mantienen. ¿Cómo se justifica que quienes están en contra de la monarquía accedan a prometerle o jurarle obediencia y critiquen que quien preside el gobierno, es decir, quien más debe respetar la legalidad, no se manifieste en contra?

Otro tanto cabría decir de todas aquellas personas que han accedido a la función pública (incluidas las supuestamente más capaces intelectualmente hablando, como sería el profesorado de universidad, entre quienes están, también, miembros del gobierno) y cuyo estatuto exige el respeto a la institución monárquica. Las redes sociales están repletas de reproches de muchas de estas personas a Pedro Sánchez por la razón arriba expuesta, y, en muchos casos, con una carga emocional que lleva al desprecio o al insulto.

La falta de cultura política lleva en demasiadas ocasiones a no saber distinguir gobierno de partido, partido de militancia, militancia de votantes…y con facilidad caemos en la tentación de ver la realidad con las gafas de nuestros deseos, que no saben de tácticas, ni menos aún de estrategias, y que simplifican lo complejo distribuyendo a las personas en dos grandes grupos: las que comparten mis deseos, y las que no.

Soy republicano, pero acepté la monarquía para poder acceder a mi puesto de trabajo. Eso es lo único que he hecho y haré en mi vida por la monarquía, pero, como diría Sartre, asumo que actué de forma no auténtica, que no tuve el valor de jugármela para ser consecuente al cien por cien con mis ideas políticas. Desearía que hubiera una mayoría parlamentaria que defendiese la república, pero, hoy, no la hay, así que solo restan dos opciones: o un alzamiento popular que obligue al cambio de régimen, cosa que no se vislumbra en el horizonte, o la lucha ideológica por convencer a la mayoría necesaria para ello, algo que es factible. Mientras, procuraré no criticar a los demás, incluido Pedro Sánchez, por no hacer lo que yo, pudiendo, no soy capaz de hacer.


jueves, 4 de junio de 2020

SEÑORES OBISPOS

Señores obispos

(A propósito del documento de la Conferencia Episcopal: “Sembradores de esperanza”)
La vida no es sagrada. Si la especie humana hubiera asumido que la vida es sagrada, haría mucho tiempo que habría desaparecido por inanición, porque es vida lo que cualquier ser viviente tiene que ingerir para sobrevivir. Si los obispos se refieren a la vida humana, habría que preguntarles qué es lo que hace que esta sea sagrada y no la del resto de los vivientes. Responderán, sin duda, que lo que la hace sagrada es que dios le otorgó esa cualidad cuando la creó. En resumidas cuentas, la sacralidad de la vida humana solo se justifica por la fe en un dios creador, lo cual obliga a demostrar que fue este, y no el proceso evolutivo de la materia, el causante de la existencia de la vida y de la propia materia. En vano esperaremos demostración alguna.
La vida tampoco es trascendente. Trascender significa existir más allá de aquello en lo que algo se manifiesta; es decir, que la vida, según los obispos, existe al margen de los seres vivientes. Tampoco aquí se pueden esperar pruebas racionales, sino recursos a textos supuestamente sagrados y escritos al dictado por personas que decían tener contacto directo con dios. Esto crea el problema de que para creer en dios hay que creer en quienes dicen haber tenido contacto con él…
Pues bien, ambas características -sacralidad y trascendencia- son la base argumental de la diatriba episcopal contra la eutanasia. Cuesta entender, y mucho más comprender, que haya personas que pierdan la razón a causa de la fe en seres inexistentes, cuyos mandatos, a lo largo de la historia, según sus propios textos sagrados, han sido en multitud de ocasiones contradictorios. Pero, aún así, respetamos que tengan esas creencias y que quieran vivir de acuerdo a ellas, pero no respetamos que las intenten imponer a toda la sociedad a través de las leyes civiles.
Si la visión de la conferencia episcopal acerca de la vida es claramente errónea, la que manifiestan acerca del sufrimiento raya en el sadismo. Afirman, sin el menor pudor, que el sufrimiento posee un sentido que debemos descubrir para aceptarlo y “encajarlo en el recorrido vital de las personas”. Y con semejante afirmación cuestionan que haya personas que deseen morir antes de vivir en sufrimiento perpetuo e insoportable. Si esa es la caridad que reclaman como su seña de identidad, algunas personas preferimos que no la ejerzan con nosotras, y que la guarden para quienes, sufriendo, creen haber sido redimidos, aunque los efectos de esa redención deban ser imaginados. Claro que, los obispos “resuelven” la contradicción con la palabra mágica que “explica” lo inexplicable: misterio. La vida, la muerte, la libertad, el amor, el ser humano, la creación, la redención, la resurrección, todas son misterio, y, cómo no, el sufrimiento también. Decir que algo es un misterio es reconocer que no se sabe qué es, pero, sin embargo, pronto se olvidan del carácter misterioso de la vida, de la muerte, etc., para explicarnos que son dones divinos, trascendentes, sagrados…Vamos, que son misterios para cualquiera menos para ellos. Pero, no queda ahí el discurso episcopal a favor del sufrimiento; dicen, como argumento para su aceptación, que “el dolor físico y el sufrimiento moral están presentes de forma habitual en todas las biografías humanas: nadie es ajeno al dolor y al sufrimiento”.  Siguiendo este pseudo argumento, deberían añadir que la enfermedad también está presente en las biografías humanas, y que, por tanto, se debe aceptar y encajar en nuestro recorrido vital. Pero, ¿aceptar y encajar no supone negar el papel de la medicina? ¿no trata ésta de eliminar la enfermedad? ¿se debe aceptar algo que deseamos eliminar? No, replicarán, “uno de los derechos del enfermo es el de no sufrir de modo innecesario durante el proceso de su enfermedad”. ¿Quién determina cuándo un dolor es innecesario? ¿la persona enferma? No, dirán, el personal sanitario. Se supone que ese personal estará en contacto directo con la divinidad para no errar en su diagnóstico…
La vida no es un don divino, como afirman los obispos sin demostración alguna, sino fruto de la evolución de la materia, como sí demuestra la ciencia y avala el sentido común; pero, además, si lo fuera, pertenecería al ser a quien le ha sido donada, cosa que los obispos parecen no entender.
Por otra parte, insisten en llamar homicidio a la ayuda a morir o eutanasia, ignorando dos elementos fundamentales en las valoraciones morales de los actos humanos: la voluntariedad y la intencionalidad. A los obispos les da igual lo que desee la persona enferma acerca de su vivir y su morir, ellos se adueñan de esa voluntad y la obligan a seguir sus preceptos. Difícil no describir esta situación como secuestro. Les da igual, también, qué intención motiva a la persona que ayuda a otra a morir, porque juzgan, en este caso, el resultado solamente, no como cuando se trata de juzgar los abusos a menores realizados por miembros de su institución, y cuyos casos se negaron a investigar
A lo dicho hasta ahora, habría que añadir las filigranas lingüísticas que desarrollan los obispos para justificar la sedación terminal, intentando evitar, sin lograrlo, la contradicción que supone defender esta negando la eutanasia. La sedación terminal es una eutanasia en diferido, es decir, hipócrita, porque provoca lo mismo que la llamada eutanasia (o ayuda a morir) pero con la aquiescencia de la iglesia. La ayuda a morir y la sedación terminal tienen el mismo objetivo, evitar el sufrimiento; las diferencia el hecho de que en la ayuda a morir es la persona enferma o sus representantes quienes deciden el momento de su aplicación, mientras que en la sedación terminal es el equipo médico el que lo decide.
A pesar de la presencia que tiene la iglesia en las costumbres y en determinadas instancias del poder, la realidad histórico social demuestra que ha ido perdiendo influencia en la vida de las personas, que, con sus creencias religiosas o sin ellas, van ganando en autonomía y en desarrollo de un criterio propio, tanto para su vivir como para su morir. Quienes defendemos la eutanasia, nos alegramos de que sea así.

lunes, 6 de enero de 2020

¡Menos cuentos!


La derecha (el capital) está empeñada en destruir todo pensamiento libre, y en destruir, también, la imagen de los pensadores libres. Mancha sus biografías, las distorsiona, remarca sus defectos ignorando sus virtudes. Y todo, porque la derecha carece de pensadores libres, aunque se llamen liberales y se empeñen en utilizar, hasta el hartazgo, la palabra “libertad”. Son mercaderes, porque, para la derecha, solo existe lo que puede convertirse en mercancía. Y muchos angelicales intelectuales, pretendidamente de izquierdas, se han ido subiendo “inconscientemente” al tren de la nada, “deconstruyendo”, “desilustrando”, “desmodernizando”, cuestionando, en suma, todo el esfuerzo de esos pensadores libres, no para criticarlos, ¡sólo faltaba!, sino para destruirlos a cambio de vacío intelectual y de algunas citas en los medios que esa derecha (ese capital) monopoliza.
Pero, sí, existen el subconsciente, el inconsciente, los complejos…Existen la situación, las circunstancias, el proyecto…Existen la responsabilidad, la mala fe, las clases sociales…Existen la poesía cargada de futuro, y la maldita poesía “concebida como un lujo cultural por los neutrales”, y los cuentos con que ahogan nuestras angustias…